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"Onze de setembre"

Desde el 11 de septiembre de 2001, cuando todo el mundo contemplaba atónito y en directo el más espectacular atentado terrorista del siglo XXI, me resulta imposible separar la Diada nacional de Cataluña de las radicalmente nuevas circunstancias que caracterizan la lucha de los pueblos por su autodeterminación. Es cierto que la autodeterminación de pequeñas naciones casi nunca ha sido realmente posible sin el apoyo exterior de alguna gran potencia interesada.

El acceso a la independencia de muchos Estados a lo largo del siglo XX no se puede desvincular del juego de fuerzas internacional y de los intereses en conflicto de las grandes potencias. ¿Cuál es, entonces, la novedad? La última globalización, que hace pequeños a Estados grandes por su historia, como Francia o Gran Bretaña, que muestra los puntos débiles de imperios que parecían invencibles. La URSS se derrumbó y Estados Unidos está viviendo la peor crisis en años, especialmente agravada por su reacción ciega contra el fundamentalismo islámico. Se imponen las uniones supraestatales y se hace imprescindible y urgente un derecho internacional vinculante para todos. De no ser así, la última globalización acentuará la inseguridad y la inestabilidad internacionales.

"En el capitalismo el interés general cubre las pérdidas y el interés privado se queda las ganancias"

Ningún Estado es suficientemente fuerte como para garantizar a su población la completa seguridad. Los intereses económicos se han impuesto a la política en tres décadas de ultraliberalismo y desregulación de los mercados. El Estado social y democrático de derecho ha sido debilitado, poniendo los sectores básicos de la economía bajo la propiedad, el control y los beneficios de los intereses privados. Las desigualdades sociales se han multiplicado, aumentando la pobreza en las economías más desarrolladas, y entregándose también las clases medias al capitalismo financiero y especulador. El resultado es el desorden económico y social y la crisis de la democracia. Hemos vivido 30 años de enriquecimiento superlativo de unos pocos, creyendo muchos que también había pastel especulativo para ellos. Hasta que Fannie Mae y Freddie Mac se han hundido y el Estado más liberal del mundo se ha lanzado de inmediato a salvarlas. En el capitalismo el interés general cubre las pérdidas y el interés privado se queda con las ganancias.

En este contexto lo más importante del fenómeno Obama es el movimiento ciudadano surgido contra el ataque a la razón democrática, desde Joan Baez a Al Gore. Es la autodeterminación democrática de ciudadanos que se rebelan contra la oscuridad y la arbitrariedad. Distinto es el caso de Rusia, una nación donde la población cuando vota no elige, obedece. Esto no es autodeterminación sino sumisión. Carlos Taibo ha escrito en Rusia en la era de Putin que el mayor robo del siglo XX se produjo en 1992, cuando Yeltsin privatizó el 70% de las empresas estatales. Si Lenin lo ve, se funde. Ante esta barbaridad, el observador más ingenuo relacionará capitalismo, corrupción y crimen organizado.

En un mundo gobernado por Bush y Putin nadie está seguro. Pero algunas pequeñas naciones creen encontrar en ellos a sus padrinos protectores. Cantan la autodeterminación con dos banderas, la nacional y la del imperio protector. Son naciones satélite, siempre girando en torno al planeta imperial. Estas naciones ceden su territorio como base de la estrategia militar del imperio, lo que no deja de ser contradictorio con la libertad nacional conseguida, porque en caso de conflagración serán los primeros objetivos militares. Durante años, desde la disolución de la URSS y Yugoslavia, ha habido un alto grado de frivolidad e hipocresía entre los analistas occidentales al contemplar los procesos de autodeterminación en la Europa central y oriental. Porque no conozco todavía ninguna teoría política convincente que pueda afirmar la autodeterminación cuando se mira hacia el este europeo y negarla cuando se mira hacia el oeste.

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La autodeterminación ya no es el derecho soberano a decidir de una nación, sino el derecho a participar en las decisiones que no pueden ser impuestas unilateralmente en un mundo interdependiente. Así, la emancipación nacional en democracia adquiere necesariamente un sentido federal. Desde el municipio al gobierno mundial, es la voluntad democrática de los ciudadanos la que sostiene, legitima y controla los poderes públicos en los distintos ámbitos territoriales. Y cuando algún eslabón de esta cadena falla todo el conjunto se resiente. A un ciudadano de Cataluña no sólo le deben preocupar las limitaciones y restricciones del autogobierno de la nación catalana. También forma parte de esta concepción federal de la autodeterminación, el déficit democrático de la Unión Europea y la falta de suficiente reconocimiento de la autodeterminación del pueblo de Europa. Y no es menos importante, sino todo lo contrario, la necesidad ineludible de un gobierno mundial, como expresión de que el género humano ha instaurado la paz y el derecho para todos.

Miquel Caminal es profesor de Teoría Política de la UB.

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