Reciclaje
Obviando otros significados del término, lo que hoy se entiende como "nuevos museos" hay que aplicarlo a los monográficamente dedicados al arte contemporáneo, cuya identidad es de suyo problemática. Surgidos a fines del siglo XIX como protectora reserva institucional ante el rechazo social del arte de vanguardia y ante las airadas protestas de que esas provocadoras obras recientes se alineasen, como hasta entonces era habitual, junto a las consagradas del arte histórico, no se puede afirmar que el radical cambio de actitud del público al respecto haya resuelto el problema. Durante aproximadamente el último cuarto de siglo, los museos de arte contemporáneo se han multiplicado de forma exponencial y no hay nada en el horizonte que nos haga suponer que no lo sigan haciendo de una manera crecientemente arrolladora. Así lo indica el poder hegemónico del mercado del arte actual, que no en balde es el granero donde se nutren los museos de arte contemporáneo. ¿Cuál es entonces el problema de estas instituciones nacidas para prevenir un fracaso y hoy desbordantes de éxito? Si el problema no es ya o no es sólo sociológico, habrá que plantearse si efectivamente no se debe a una crisis de identidad; esto es: a si es posible hacer compatible lo museístico y lo contemporáneo. Con por lo menos dos siglos de historia a sus espaldas, los museos públicos de arte han sufrido notables transformaciones, pero ninguna porque fuesen amenazados por el contenido de lo que exhiben, como les ha ocurrido a los museos de arte contemporáneos, tengan o no respaldo social. Como todo archivo cultural, un museo apoya su razón de ser en la sucesiva integración del presente en el pasado, pero se desintegra como tal en cuanto se dedica a consignar el pasar del presente. Se convierte entonces el museo en una obra de arte y no en un albergue del arte.
Absorbidos progresivamente por el exclusivo culto a la novedad, no es posible hacer ninguna colección durable, que inevitablemente lo será de antigüedades, con lo que el indeclinable destino de los nuevos museos, además de tener que afrontar el reciclaje de los residuos artísticos radioactivos, es el de transformarse ellos mismos en una obra de arte total, un espectáculo, tal y como soñaron los románticos. Es una obra de arte peculiar, sin embargo, porque su autor no es un artista, sino un animador, un ilusionista, un gestor, un político, creativos más que creadores. En cualquier caso, aunque en este debate en que pugnan entre sí el museo y el arte acabe imponiéndose fatalmente el primero sobre el segundo, tampoco me parece grave porque éste ha existido sin aquél durante casi toda su historia. -
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