Gitanos como todos
Empieza septiembre y en el barrio queda el recuerdo cercano de unas fiestas de Gràcia en las que no ha participado la comunidad gitana de sus dos plazas primordiales, la de Raspall y la del Poble Romaní. El bar Resolis, en Raspall, sigue de vacaciones, hasta este sábado. Resulta tan raro... No pude mostrar a los amigos parisinos ni el laberinto interno del bar, que conduce hasta el restaurante del mismo nombre, ni pudimos asistir a los bailes de media tarde dedicados a niñas y jovencitas que, bajo las escrutadoras miradas de las abuelas y la vigilancia de hermanos y primos, rebosaban una libertad sensual que hasta resulta chocante en estos tiempos desalmados para las iniciaciones a las maravillas de la edad en flor. ¿Qué ha sucedido? El diario informaba de que los mayores de la comunidad han tirado la toalla ante el desapego de los jóvenes, que ya no le ven la gracia a pasarse el año preparando la fiesta para engalanar sus calles y hacerse cargo de la estresante convivencia con sus vecinos, los jóvenes alternativos confinados por las autoridades a la plaza del Poble Romaní.
Los jefes de clan han perdido su autoridad, ésta sí que es noticia de primera. Como lo es que dos comunidades alternativas choquen hasta este punto. Que los ancianos no puedan dirigir las tribulaciones de sus jóvenes es de aúpa. Hace unos tres años, las chicas gitanas salían en los papeles porque se estaban rebelando quedamente, al plantear a sus familias que no están ya más dispuestas a no cursar estudios, quieren ir, y van, a la universidad. Y ahora los jóvenes pasan de las fiestas de Gràcia y sus mayores no pueden hacer otra cosa que asumir el estado de las cosas.
El viernes al mediodía me fui a la plaza de Raspall, confiando en que el Resolis hubiera vuelto ya de vacaciones. No, todavía no. En la esquina con Tagamanent, calle que conduce a la otra plaza gitana, la dedicada al Gato Pérez, dos hombres y una niña estaban charlando junto a un gran coche. Hablamos y uno de ellos, de nombre Alfons según me diría con un apretón de manos al despedirnos, negó rotundamente que el parón gitano haya obedecido a la deserción juvenil y el plante ante sus mayores. Que la cosa había surgido del organismo vecinal que agrupa las calles que preparan la fiesta. ¿Qué cosa? "Pues que la Federació dice que toda la culpa de lo que pasa aquí por las noches de la fiesta es culpa del Resolis y de la plaza del Poble Romaní... y los del Resolis se enfadaron...".
Me emplazó a volver hacia las cuatro de la tarde, cuando podría hablarlo con dos hombres que acostumbran a pasar la tarde en Raspall y que han abandonado el organismo vecinal a causa de esta crisis. Él también estaría y ya me reconocería, dijo gravemente. Le di mi nombre, encajamos manos y me fui. Cuando volví a las cuatro no había gitanos en la plaza, inmersa en el sol y el resol del sol. Bueno... Regresé sobre las cinco, y nada. Media hora más tarde, tampoco.
Me dirigí a casa por la calle Tordera y advertí que estaba abierto el local de la Unió Gitana de Gràcia que linda con el restaurante Resolis. Una docena de ancianas jugaba a las cartas y en la barra una mujer de solera atendía a un parroquiano. Me identifiqué, ella no y le pregunté directamente. No, no ha habido crisis con la Federació de Carrers, al contrario, les han pedido repetidamente este año que no abandonaran las fiestas, que todo sería menos follonero si se ocupaban ellos del lugar. Pero los jóvenes se han hartado, dijo la tabernera. Lancé el exabrupto: ¿No es grave que los mayores hayan perdido su autoridad? Me miró con misericordia: "No hay para tanto, mujer. Los viejos comprenden... Los jóvenes quieren hacer vacaciones y los mayores lo han entendido". Los gitanos quieren ser como todo el mundo, aventuré. "Claro que sí. Quieren ser como todos". Y ¿no hay ninguno que quiera ser como sus vecinos de al lado, como los alternativos de La Barraqueta, Ateneu Independentista de Gràcia? Volvió a mirarme, ahora con paciencia astronómica...
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