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DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2008 | 1º etapa
Columna
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Riesgo

Ya está marcada la primera muesca. No es mucho, lo sé, pero es más de lo que parece. Porque ocho kilómetros menos sobre los tres mil y pico que faltan hasta Madrid -prefiero no saberlo con exactitud a estas alturas- puede que no parezcan significativos; pero no era sólo eso, había algo más, la crono tenía trampa.

Y es que un recorrido urbano por cualquier ciudad del sur de España a estas alturas del año es lo que tiene: mucho peligro en caso de que haya curvas. Y eso contando con que no llueva, porque si la lluvia hace aparición, ya entonces es el acabóse, que se salve el que pueda y poco más. Pero aún estando seco, como era el caso, el asfalto no te concedía la más mínima confianza. Y si eras tan temerario como para concedérsela tú por tu cuenta, tenías todos los boletos para terminar rodando por el suelo. Y empezar así el primer día no es precisamente empezar con buen pie. No, eso había que evitarlo.

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Ayer curvas había, y muchas. Además que, montados sobre las bicis de contrarreloj, con las ruedas lenticulares expuestas al viento, las curvas siempre terminan siendo más complicadas de lo que parecen. Así que nosotros -y creo que no fuimos los únicos- salimos con una consigna bien clara: que no se caiga ninguno, aunque eso sí, rodando lo más rápido posible. Es decir, que ya partimos autodescartados para la victoria, porque para ganar había que asumir riesgos, pero concentrados para hacerlo dignamente, que es lo que -creo- al final hicimos.

O sea que después de once años de profesional y de media vida (había escrito prácticamente, pero me he dado cuenta de que no, de que es exactamente media vida) dando pedales, ayer me sentía como cuando de chaval cogía la bicicleta y me iba por ahí de excursión a conocer mundo. Me decía entonces mi madre tratando vanamente de calmar el ansia juvenil: "Haz lo que quieras y vete donde te apetezca, pero sobre todo ten cuidado y no te caigas. Que no te caigas, ¿has oído?", repetía de un modo automático al igual que yo hacía con las respuestas: "Sí, que sí, no seas pesada".

Y no era por llevarle la contraria a mi madre, pero de vez en cuando terminaba cayéndome. Por mala suerte, por inexperiencia o -las más de las veces- por inconsciencia. Acumulé experiencia en ello como para colaborar en un manual del tema, es cierto, y ahí están las cicatrices para recordármelo. Pero aunque me costó, terminé aprendiendo la lección de que a veces hay que tomar riesgos -en la vida, en el ciclismo o donde sea-, pero sólo a veces, siempre después de valorar hasta qué punto esos riesgos son pertinentes, teniendo en cuenta lo que se puede ganar y lo que se puede perder.

Y ayer no era el momento. Ni para mí, ni, afortunadamente, para mis compañeros del Rabobank. Al final ganó el Liquigas, con una diferencia tal con respecto al segundo clasificado que hace pensar que ellos sí que estuvieron por la labor. Fueron valientes, arriesgaron y encontraron su premio. Me alegro por ellos, a nosotros otro día nos tocará. ¿Arriesgar?... Sí, a eso me refiero, pero también, por qué no, a lo de ganar.

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