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Columna
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De lo vivo y lo pintado

En Primavera de España, el escritor francés Francis Carco cuenta su primera visita a Madrid, a finales de los años veinte. Narrador de la canalla parisiense, "novelista de los apaches" y "poeta del callejón oscuro", Carco viaja a España en vísperas de la Exposición Universal de Sevilla dispuesto a romper con sus crónicas la imagen tópica y pintoresca del país, huyendo del efecto Gautier y del síndrome Mérimée, a la busca de lo auténtico que rastreará, según su costumbre, en los bajos fondos y en las noches golfas, compaginando sus excursiones nocturnas con detenidas visitas diurnas a los museos y monumentos más relevantes. Amigo de Picasso, Mac Orlan, Utrillo y del escultor Manolo en sus noches de bohemia en París, Carco duplica su mirada de voyeur entre lo vivo y lo pintado, de los lienzos a los rostros de carne y hueso con los que tropieza en su deambular por calles y plazas, cafés, burdeles y tabernas.

La doble visión entre lo sublime y lo canalla de Carco se unifica ante los frescos de Goya

"En España", le dijo un amigo, "te encontrarás a los personajes de los lienzos más célebres que, al bajar de sus cuadros, van y vienen por las calles. En Madrid son incluso tan numerosos, que te desafío a que no podrás dar un paso sin cruzarte con alguno".

Francis Carco, hijo de un inspector de prisiones, ha nacido en una cárcel de Nueva Caledonia, y el ambiente carcelario ha marcado su vida y encauzado su obra hacia los márgenes de la sociedad; el autor ha prometido "meterles en plena boca a los burgueses novelas musculares y putrefactas con las que se relamerán los labios". Carco cumplirá su promesa y los burgueses, agradecidos, acabarán recibiéndole en el privilegiado cenáculo de la Academia Goncourt a los 37 años.

En marzo de 1928, Carco baja de un tren en la estación del Norte y se sumerge en el tráfago matutino de una ciudad tomada a esas horas por oficinistas, empleados y obreros "que, sin ningún entusiasmo, se dirigían al trabajo", pero su primera epifanía, su revelación de la ciudad, ocurrirá horas más tarde, con tintes de comedia, en la Puerta del Sol, "donde el bullicio de los peatones me tenía embelesado". Carco se funde en una masa burbujeante de "vendedores de billetes de lotería que gritan los números, comerciantes de agujas, tubos, dedales, balanzas, juguetes, anillos para paraguas, puros y cerillas", y se ve conducido hasta una puerta en la que una multitud comenta entre carcajadas la doble página expuesta de la revista Buen Humor, un gran dibujo con la leyenda "Como se imaginan los extranjeros la Puerta del Sol", que no carecía en absoluto de ingenio. En el dibujo figuraban Carmen y don José, toros desorientados en plena calle, maridos celosos, bailarines, bailarinas, bandidos, músicos, mujeres cautivas cantando una especie de fandango jovial acompañado de exclamaciones, desafíos y juramentos de los que la gente se reía. El animado espectáculo le recuerda una frase del Gautier de cuyos estereotipos huye: "Los españoles se enfadan cuando hablamos de ellos de manera poética".

En su deslumbrante, por iluminadora de tinieblas, colección Noche Española, en la que se recogen esclarecedoras y olvidadas obras de Mac Orlan, Max Nordau o Maurice Barrès, entre otros, la editorial Almuzara acaba de publicar las crónicas de Francis Carco recogidas bajo el título Primavera de España, obra que provocaría recelos y polémicas entre los españoles enfadados de los que hablaba Gautier. "Es lamentable", le dice el periodista Chaves Nogales a Anatole de Monzie, amigo del escritor que le dedicará esta obra, "que Carco haya venido a España para buscar sólo aspectos pintorescos. Por lo visto, no le interesa más que el hampa".

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"No tema usted", responde De Monzie, "Carco, que antes de su viaje a España tenía de este país una visión errónea, ha charlado conmigo a su regreso y creo que hará una cosa acertada".

La doble visión entre lo sublime y lo canalla de Carco se unifica ante los frescos de Goya en San Antonio de la Florida. Allí se le aparecen Goya, Montañés, Joselito y Pastora Imperio. "Los dioses de los toros, del baile, de las iglesias, de las estatuas llenas de sangre, de la pintura" se concentran en una imagen reveladora que concilia los extremos de su extremada crónica.

No sé si los españoles de hoy se seguirán enfadando cuando hablen poéticamente de ellos, pero las guías turísticas extranjeras, según contaba hace unos días este periódico en su revista de verano, siguen acumulando tópicos y ensanchando lugares comunes. Para los compatriotas del autor de Primavera de España, las señas de identidad que vertebran a los españoles son las tapas. Buen provecho y gracias, monsieur Carco.

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