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Un libro documenta la dura vida rural en las masías del Montseny

La casa está vacía. Sus paredes soportan con dificultades el peso del techo. Las ventanas abiertas con los cristales rotos delatan que hace tiempo que allí no vive nadie. Es una de las múltiples masías que poblaron el macizo del Montseny desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX y que, de forma progresiva, se fueron abandonando o transformando en segundas residencias porque la agricultura y la ganadería habían dejado paso a una sociedad industrial y la población se concentraba en las grandes ciudades.

"La vida en las masías era muy dura", señala una superviviente del radical cambio estructural que se vivió en una de las propiedades más importantes del Montseny, durante el último centenio. "Mucha gente ha idealizado la vida en las masías, pero cuando uno habla con las personas que vivieron allí descubre que las cosas no fueron nada fáciles para la mayoría. Hubo mucho desengaño", agrega Xavier Roigé, que junto con Ferran Estrada, ambos profesores de Antropología Social, son los autores del libro El mas al Montseny, realizado con la colaboración del equipo de investigación del Museu Etnològic del Montseny, que aportó los testimonios vivos de los protagonistas, una historia extrapolable a muchas otras comarcas de Cataluña.

En muy pocas de aquellas grandes casas se cultivan ahora las tierras

Aunque se han localizado algunas muestras de vida humana en el Montseny desde la Prehistoria, los primeros documentos que acreditan la existencia de un sistema de masías y parroquias características del aprovechamiento del territorio aparecen alrededor del año 1000. El máximo apogeo llegó, sin embargo, a mediados del siglo XVIII y el XIX, cuando el macizo fue poblado por alrededor de 23.158 habitantes. Después, la crisis agraria de finales del XIX y la falta de modernización de las explotaciones agrícolas produjeron una recesión y el abandono de muchas masías.

Los propietarios que habían ido acumulando territorio sobrevivieron. Aunque la mayoría de ellos establecieron sus viviendas en la ciudad y arrendaron la explotación de sus tierras. "Pagábamos con lo que cultivábamos: tres a uno. El ganado, a medias. Si vendías patatas, una parte para el propietario. Y el trigo y la fruta, a medias. Del bosque, nada. No podías cortar nada", explica en el libro un masover de 71 años de Arbúcies. Eran tiempos difíciles, años de posguerra, y en aquellas zonas rurales no había llegado aún la luz ni había agua corriente. Había poco dinero. Socialmente, la vida de los payeses venía marcada por su posición. Era difícil para los arrendatarios, pero también para los hijos de los propietarios sin la condición de herederos. Ahora algunas de aquellas grandes masías están abandonadas, se han convertido en segundas residencias o en casas de turismo rural. En muy pocas se cultivan las tierras. "Todo esto se pierde", comenta un hombre de 82 años de El Brull. "Estamos viendo cómo se pierde de una forma miserable, sí, sí". Es cierto. Aquella forma de vida aceptada pero difícil desaparece, engullida por las comodidades de pueblos y ciudades. Pero al menos los recuerdos, buenos y malos, perdurarán en boca de sus propios protagonistas, preservados del olvido en el libro El mas al Montseny, la memoria oral.

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