Sin papeles
Ante un hecho insensato del que tengamos noticia, todos sabemos que ninguno de nosotros lo haría, pero presentimos que cualquier otro podría hacerlo. Así nos lo dice el narrador de Wakefield, el extraordinario relato de Hawthorne, y es que la ficción se asienta en ese presentimiento que tanto nos aleja de los demás, e instaura un movimiento que trata de borrar las distancias. El relato de Hawthorne parte de un hecho real, de una noticia periodística, pero tiene la gran virtud de convertir al protagonista de ese hecho estrafalario en everybody. A cualquier otro le podría haber ocurrido eso. Cualquier otro, sin embargo, siempre es un personaje ficcional, o mejor dicho, los personajes de ficción siempre son cualquier otro, lo que nos libra de que sean nosotros mismos, aunque, en tanto que son cualquiera, nos reflejan como en un espejo. Tal vez consista en eso la célebre verosimilitud que se le exige a la literatura y que tanto exasperaba a Pirandello. En opinión de éste, "los absurdos de la vida no tienen necesidad de parecer verosímiles, porque son verdaderos", y si exigimos verosimilitud a los absurdos del arte, éstos dejan de serlo. El dilema entre verdad y verosimilitud es de difícil resolución, pero el problema de la verdad, sea absurda o no, es que es siempre cosa de otros.
No se puede ser libre al margen de la ley y sin un estatus civil que garantice nuestra libertad
Recientemente, la editorial Nórdica ha publicado una nueva traducción de El difunto Matías Pascal de Pirandello. Es una novela excelente por su variedad de registros, su humor, su inventiva y hasta por su intención filosófica. Digamos que tiene su moraleja, aunque el autor la relativice después de exponérnosla.
Matías Pascal es un joven de escaso fundamento, con un matrimonio desdichado, una suegra insoportable, una fortuna familiar dilapidada por un administrador que ha hecho su agosto, y casi sin oficio ni beneficio. En plena desesperación, decide dirigirse a Marsella y embarcar para América, pero se detiene en Niza, y Montecarlo es una tentación a la que sucumbe. Gana una pequeña fortuna en el juego y opta finalmente por regresar a su localidad natal. En el tren de regreso lee en un periódico la noticia de su muerte y cómo había sido encontrado su cadáver en avanzado estado de descomposición. Se siente libre y rico, y se dispone a disfrutar de esa libertad ilimitada. En adelante se llamará Adriano Meis, se inventa una biografía, cambia de aspecto y vive feliz hasta que descubre que su ilimitada libertad es en realidad lo contrario. Condenado a vagar de un sitio a otro, no puede asentarse y se ve obligado a vivir en el engaño permanente. Es un muerto que amenaza con salir a la superficie ante cualquier iniciativa: no puede adquirir una casa, no puede casarse con la mujer de la que se enamora, ni siquiera puede comprar un perro de compañía, no puede hacer nada. Finalmente decide volver a morir, matar a Adriano Meis y regresar a su pueblo y a ser quien era.
La moraleja de la historia consiste en que no se puede ser libre al margen de la ley y sin un estatus civil que garantice nuestra libertad. Pero el problema de Matías Pascal -claro que ése no es un problema que le preocupe a Pirandello- reside en que nunca ha pretendido dejar de ser Matías Pascal, que sólo ha cambiado de nombre, sólo ha querido camuflarse. Para asumir una nueva identidad, tendría que haber afrontado su ilegalidad y haber asumido sus consecuencias. Tendría que haberse convertido en un sin papeles. Las habría pasado canutas, pero habría nacido de verdad como Adriano Meis y a éste su libertad no se la habría quitado nadie. Y le hubiera convenido más la moraleja del Wakefield de Hwthorne, ésta sí explícita y buscada: "En medio de la aparente confusión de nuestro misterioso mundo, los individuos están tan perfectamente ajustados a un sistema y los sistemas unos a otros y todos a un todo que, un hombre, al salirse del sistema por un momento, se expone al riesgo espantoso de perder su lugar para siempre. Al igual que Wakefield, se puede convertir en el Proscrito del Universo".
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