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Columna
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Protestar

Siempre hay alguien ahí para protestar con energía y convicción y, por ello, con eficacia: muchas de esas protestas acaban teniendo éxito, alcanzando el objetivo perseguido. Que en un anuncio, por ejemplo, un famoso y fornido personaje se monta en una especie de tanque y se pone a disparar chocolatinas contra un transeúnte, al grito aproximado de "ya vas a ver cómo te enseño a correr como un verdadero hombre", pues enseguida protestan las organizaciones gays porque consideran que la figura del transeúnte en cuestión, que está en realidad practicando jogging amanerada y torpemente, es irrespetuosa con los homosexuales, atenta contra su imagen. La protesta surte efecto y el anuncio se retira. Y a mí me parece natural que un anuncio de tan mal gusto irrite y se suspenda; lo que me sorprende es que sólo haya protestado el colectivo gay. Me extraña que un anuncio que pone un tanque a disparar por la calle, que ofrece como recompensa de consumo la auténtica hombría (la superioridad ligada a la hombría) y además proclama que esa virilidad a palos entra; me extraña que un anuncio con ese mensaje se considere ofensivo sólo o de una manera particular para los homosexuales y no de una manera general para todo el mundo, para todos los ciudadanos contrarios a la violencia, las discriminaciones o el sexismo. Pero el hecho es que el anuncio se retira.

Lo que hace sonreír dentro de un país puede no hacer ninguna gracia fuera del mismo

Que los integrantes del equipo olímpico español de baloncesto se retratan -bastante tontamente la verdad- estirándose los ojos a lo chino, pues se arma el escándalo o se enciende la polémica, con acusaciones incluso de racismo, y el equipo no tiene más remedio que dar explicaciones y pedir disculpas. Y a mí lo que no me parece natural es que en asuntos tan internacionalmente oficiales, tan universalmente mediáticos, nuestros responsables deportivos cometan a estas alturas semejantes torpezas, que muestren una visión tan poco globalizada de las cosas del mundo o tan apegada aún a códigos culturales locales o de andar por casa. En definitiva, que tengan tan poco integrado que el humor suele ser la última frontera y que lo que hace sonreír dentro de un país puede no hacer ninguna gracia fuera del mismo e interpretarse, como se ha visto, por la tremenda. Pero el hecho es que han llegado las explicaciones y las disculpas.

Que el mismísimo Papa sigue llevando pieles, pues las organizaciones defensoras de los derechos de los animales formulan la consiguiente y elevada protesta. Y no me cabe duda de que, tarde o temprano, el Vaticano la escuchará y retirará el armiño de la vestimenta pontificia. Todo en nombre de la causa animalista que avanza con tesón y entiendo que a menudo con razón. Y a veces provocando y/o anunciando auténticas revoluciones: está desapareciendo, por ejemplo, de las tiendas y restaurantes británicos el foie-gras, cuya elaboración necesita que patos y ocas sean sometidos a un cebado cruel.

Siempre hay alguien ahí para protestar con energía, convicción y eficacia. Salvo en las discriminaciones de género y las "gracias" sexistas, que aún se exhiben y explayan por doquier sin que cunda el escándalo, se organice la oposición o se articulen polémicas como es debido. Sólo de vez en cuando resuena algún que otro eco de indignación social, pero es frágil o difuso como todos los ecos y rápidamente se disuelve.

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