Vampirización cinéfila
En tiempos de adocenamiento narrativo, de películas de corte y confección mil veces vistas, la reposición (en realidad, estreno, pues la censura franquista no permitió su exhibición) de una película tan a contracorriente, tan marciana como Vampir-Cuadecuc, dirigida por Pere Portabella en 1970 con la inestimable ayuda del poeta visual Joan Brossa, es motivo de celebración. Por muy ardua y exigente que sea su visión, la experiencia artística que puede suponer la vivencia en pantalla grande de este ensayo sonoro, óptico y estético puede ser inolvidable. Aunque sea para odiarlo (lo que no es el caso de este cronista).
Durante la filmación de El conde Drácula, de Jesús Franco, Portabella se alojó en las esquinas del rodaje para, como un mirón, mostrar su particular visión del hecho vampírico. Ante una película sobre un chupasangres, el director catalán, empeñado en romper con el canon narrativo aristotélico, chupa el celuloide de Franco para recomponerlo como atmósfera sobre la cuestión cinematográfica, eludiendo los diálogos y con una banda sonora fabricada a base de efectos de sonido, en la línea de la posterior, y semejante en espíritu, Umbracle (1971). El resultado es una especie de torturado making of, rodado por una cámara que, como más tarde ocurría en Arrebato de Iván Zulueta, acecha, conmueve y, finalmente, engulle.
VAMPIR-CUADECUC
Dirección: Pere Portabella.
Intérpretes: Christopher Lee, Herbert Lom, Jack Taylor, Soledad Miranda, Emma Cohen, Fred Williams.
Género: experimental. España, 1970.
Duración: 70 minutos.
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