Chillidos y silencios entre abanicos
Las fiestas de La Paloma, que se celebran en Las Vistillas, intentan atraer visitantes con concursos peculiares y la exhibición de piezas de coleccionismo
Un grito desgarrador atravesó anoche la plaza de las Vistillas y se prolongó durante 10, 15, 20... ¡29 segundos!, alcanzando seguramente la barrera del sonido y pasándola de lejos. Risas y aplausos. ¿Qué se le pasa por la cabeza a alguien que sube a un escenario, coge un micrófono y se pone a berrear delante del público? Aún más. ¿Por qué esos 100 espectadores soportan el chirrido en los tímpanos y encima aplauden? Mejor no preguntar.
El concurso del "Grito más largo", celebrado ayer con motivo de las fiestas de la Virgen de la Paloma reunió a 17 gargantas profundas en la interesante tarea de dejar sordo al personal a cambio de dos docenas de rosquillas y una jarra de limonada. En el mismo escenario que horas después ocuparía Raimundo Amador, con pulmones más templados, participaban desde niños a jubilados con el objetivo común de superar al triste organillero de una calle cercana, que repetía su "¿dónde vas con mantón de Manila?" hasta la paranoia. "A mí me parece fatal que haya ganado la rubia de los 29 segundos, porque hizo trampas respirando en medio del grito", argumentaban algunos asistentes, mientras la ganadora, que no llegaba a los 30 años -y que es habitual en concursos frikis, como lanzamientos de tartas, según ella misma admitió- daba cuenta de sus rosquillas y la limonada, mucha limonada.
¿Qué pasa por la cabeza de alguien que berrea en un escenario?
"Grito igual a mi novio por no limpiar la cocina", dice una concursante
Imposible entrevistarla. Pregunta. "¿Y tú entrenas las cuerdas vocales o algo para tener este... talento?". Respuesta, entre gritos histriónicos. "Sí, cada mañana grito igual a mi novio porque no limpia la cocina". Con eso se entiende todo.
Pero además de este particular concurso, la jornada festiva también reunió en competición a tres (ni uno más ni uno menos) mantones de Manila y diversos abanicos desde el siglo XVIII hasta la actualidad.
Una de las tres participantes con mantón era María del Socorro Rodrigo, 80 años y muchas prisas para ir de las Vistillas a la plaza de la Paja, donde hacía doblete y concursaba con el mantón y el abanico, ambos de su abuela. "¿Sabes el secreto para conservar el mantón en buen estado? Guardarlo en una bolsa de tela a su caer, sin plancharlo ni doblarlo, porque en esas líneas donde se dobla finalmente se acaba rompiendo", detallaba por el camino, orgullosa al haber ganado con aquella delicada seda de finales del siglo XIX, influencias orientales en los dibujos de peonías y aves, y flecos que cuanto más finos más valor tienen.
"Lo del mantón y el chotis es algo que siempre he conocido. Llevo más de veinticinco años en un grupo de zarzuela y antes, cuando mi marido vivía, bailábamos siempre juntos e íbamos a exhibiciones. Se dejaba llevar bien porque en otras cosas a lo mejor no, pero en el chotis manda siempre la mujer. Ahora es difícil encontrar a un hombre como él, fino, delgado y quieto, que aguantaba sobre una sola pierna... Aunque he empezado a bailar de nuevo con un compañero más joven del grupo de zarzuela", comentaba ilusionada de camino a conocer el veredicto sobre su abanico heredado.
Finalmente, no fue posible ganar también en esa modalidad. María Pilar Donate y Ana María de Andrés habían acudido juntas, pero competían por separado, con sendos abanicos del siglo XVIII (finalmente ganador) y siglo XIX, respectivamente, herencia de sus antepasados. Mientras uno remitía a las noches de baile y vestidos de gala, con varillas de marfil y oro, el otro recordaba la imagen de "viuda alegre" que no perdía oportunidad para flirtear. Porque, seamos sinceros, ¿tanto calor hacia en los salones donde se reunía la alta sociedad? Seguramente no. Entonces, ¿qué hacían las mujeres abanicándose y dándose golpecitos en la cara, la cabeza o las orejas con el dicho objeto? Guardar la compostura.
"Éste es un ejemplar de carey perforado, con chantillí negro y un dibujo de angelotes en el centro. Que sea de encaje negro pero con color en los angelotes significa que era un abanico de alivio de luto", explicaba Ana María, experta coleccionista de estos objetos, que conoce casi todos sus secretos. "Éste sólo lo podía llevar una mujer casada, porque si lo llevaba una joven la llamarían fresca. ¿Tú sabes lo que se podía ligar con un abanico?", confiaba con un guiño.
Entre los trucos se encontraba esconder los ojos detrás del abanico para decir te quiero, cerrarlo violentamente en un arrebato de celos o apoyarlo en los labios para pedir un beso. Y como éstos otros tantos gestos para un sinfín de obscenidades que en la época no se podían verbalizar. Quién iba a decir a las coquetas mujeres del romanticismo que sus armas de seducción serían objeto de concurso entre rosquillas siglos más tarde.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.