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Trotamundos | EL VIAJERO HABITUAL
Columna
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No admitidos en una discoteca

El guapo actor guipuzcoano ha dado vida al inspector Montoya en la serie Los hombres de Paco y acaba de interpretar a Almíbaro en una nueva versión de Miles gloriosus, de Plauto, aplaudida en el Festival de Mérida. Tiene muy claro el viaje del que quiere hablar: el que hace poco le llevó con un amigo a Brasil, con una parada previa en Nueva York.

¡Disfrutaría de lo lindo!

Imagínate. Manhattan lo pateamos enterito, enterito. Harlem fue la zona que más me sorprendió por su colorido. Y porque juegan a la pelota vasca en las pistas del barrio.

¿Tuvo tiempo de vivir la noche neoyorquina?

Salimos por el Meatpacking District un par de veces y lo pasamos en grande. Estuvimos en APT, un club en el que pinchan funky y hip-hop que simula el aspecto de un apartamento grande. El segundo día intentamos entrar en el exclusivo PM, donde las cosas funcionan a lo Studio 54: sale un relaciones públicas y elige a dedo a la gente guapa que puede entrar. Nosotros íbamos desastrados y sin afeitar, así que nos quedamos fuera riéndonos con el resto de los repudiados: casi todos eran de origen hispanoamericano.

Vamos, que llegaron en el punto perfecto para relajarse en Brasil.

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Y eso fue justo lo que hicimos. Nos pasamos la práctica totalidad del viaje en Morro de São Paulo, una islita frente a Salvador de Bahía, donde las calles son de arena. Fue genial, porque conocimos a una señora a la que bautizamos como "La reina do Morro", que nos recordaba a Lola Flores. La tía está forrada porque había tenido algo que ver con el hallazgo de los restos del transatlántico Príncipe de Asturias

[que se hundió frente a Brasil en 1916] y vivía tranquilamente en la isla regentando un hotelito al que nos invitó. Lo mejor era que nos trataba como a sus hijos. Nos traía el desayuno a la cama y todo. Aún hablo con ella por teléfono todos los meses.

Viviendo a cuerpo de rey y con poco que hacer, entonces.

Sí, la verdad: podías nadar, tomar el sol, montar a caballo o ir a revolcarte a una zona de la isla donde había unos barros fantásticos. Era una gozada rebozarse entero y luego meterse en el agua transparente y dejar que el mar te lavara la piel. ¡Y cómo te la dejaba de suave!

Andrés Sánchez Braun

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