Banderas rojas en Madrid
Cientos de chinos se reúnen para ver la apertura de los Juegos
Dice que se llama Elena, pero, ante la cara de estupor de su interlocutora, precisa: "Es mi nombre español; en realidad soy Xiaoling". Y lo dicta letra por letra. Por si acaso. Elena trabaja en un polígono de Fuenlabrada. Su especialidad: "Zapatos y bolsos, de esos para llevar a las bodas". Hoy se ha tomado el día libre. Y se ha vestido de princesa. Se ha hecho un moño tirantísimo, se ha maquillado y lleva puesto un vestido largo y vaporoso de colores brillantes. Acaba de actuar en el polideportivo Magariños de Madrid, donde el Gobierno regional instaló ayer una pantalla gigante para que la comunidad china (35.000 en la región) siguiera la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos.
"Estamos contentos. Es importante para China. Lo volveremos a celebrar cuando le toque a Madrid", promete. Buena parte de los asistentes eran chavales que chillaban y agitaban las banderas cuando hablaba el presentador chino. La presentadora española no tuvo tanto éxito. Desde luego no con la abuela de Yulin, una chica espigada de 19 años estudiante de español. "Mi abuela ni lo habla ni lo entiende", dice. Y se lo traduce a la mujer, que sonríe y se encoge de hombros. "No sabe coger el metro. Está siempre en casa", cuenta Yulin en un castellano balbuceante. Sobre el escenario, una solista interpreta una canción muy sentida. Cuatro mujeres la tararean. Por lo visto es conocidísima, según informa la única que habla español. "Se llama Mi país", dice, y se gira. No está dispuesta a perderse ni una estrofa.
Un cuadro flamenco
El siguiente número es el de la multiculturalidad. Se retiran las bailarinas chinas y sale el cuadro flamenco del café de Chinitas de Madrid. Yulin alucina. Mira a su abuela y se echa a reír. "Es flamenco", constata. La abuela sigue sonriendo, como si no fuera con ella. Según Yulin, se lo está pasando bien. Mateo, un chaval de 13 años, dice que también. Lleva ocho en España y estudia en un colegio de Noviciado. Cuenta que le toca hacer de traductor de su familia, que regenta una pastelería en la calle de los Reyes. Ha venido con sus colegas, una decena de adolescentes con pelos de punta y zapatillas de moda. ¿No tiene amigos de otras procedencias? "No, siempre salgo con amigos chinos. Son mejores. Hablamos el mismo idioma", dice en un castellano ni mejor ni peor que el de cualquier niño español de su edad.
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