"No es cuestión de valor; es que es mi madre"
Una mujer dona medio hígado a su familiar, enferma de cirrosis
Cualquiera, al conocer su historia, diría de ella que es una mujer valiente. En pocas palabras, se acaba de dejar abrir el abdomen para que le extraigan medio hígado y se lo transplanten a su madre, enferma de cirrosis y casi desahuciada. Sólo 25 personas en España fueron donantes vivos de hígado el año pasado. Un 2% del total. Y eso los convierte, a todos ellos, en casos excepcionales. En personas excepcionales. O en "buenas personas", como dice Enrique Moreno, jefe del Servicio de Cirugía General y Trasplantes Abdominales del Hospital Doce de Octubre de Madrid. Pero Susana Yzpisua, de 39 años, con su pijama verde y la cicatriz todavía reciente, insiste: "No es una cuestión de valor, sino de sentido común. Es que es mi madre".
Sólo el 2% de los trasplantes hepáticos procede de personas vivas
"Con más donantes de este tipo nadie moriría en lista de espera", dice Moreno
Su madre, Carmen Domínguez, de 67 años, cayó enferma en septiembre del año pasado. Cirrosis. "Así, de repente", recuerda Susana, pelo pincho, tatuajes varios y una vitalidad a prueba de hospitales. Toda la vida en el negocio de la restauración -"ella y su hermana solas daban 180 comidas diarias", apunta con orgullo el marido de Carmen, Faustino- acabó por pasar factura. "No entendíamos que fuera por la bebida, aunque es verdad que toda la familia nos poníamos ciegos de cerveza trabajando de camareros", explica Susana. Le dijeron que dejara de beber. Lo dejó. Y que no podría volver a echar un trago. Susana sabe que lo cumplirá.
Sólo han pasado diez días de la operación y Susana ya es especialista en dar esquinazo a las enfermeras. Coge su gotero y se lanza pasillo arriba y pasillo abajo. Suelen encontrarla unas puertas más allá, en la habitación de su madre. Le coge la mano, la mira con devoción. "Tienen pasión la una por la otra", certifica Faustino. Quizá por eso Susana se resiste a romper el vínculo, a dejar el nido. Vive en su casa, pero justo enfrente de la de sus padres, en Torrejón de la Calzada. Allí come y cena. No tiene hijos. Es la pequeña de cuatro hermanos. Sólo ella se hizo las pruebas para comprobar si su hígado era compatible. Lo era. Y no se lo pensó. "En todo momento tuve clara esta opción".
Carmen apenas pasó unos días en lista de espera. No tuvo que aguardar, como otros enfermos, a que la familia de un fallecido cediera sus órganos, a que ese hígado fuera compatible, a que hubiera llegado su turno en la lista. Eran demasiadas esperas para Susana. "No hubiera cambiado de idea aunque me hubieran asegurado que en diez meses la operaban. Estando yo diez días aquí le he ahorrado eso a mi madre". Carmen, todavía muy débil, no deja de mirar a su hija, que se ha sentado en el borde de la cama. No quería que pasara por una operación que tiene, como todas, sus riesgos. "Me dio mucha rabia. No quería que sufriera de las dos formas, por mí y por ella". Su hija la interrumpe con una caricia: "No es nada. Estoy bien". Carmen sacude la cabeza y tuerce el gesto. Pero devuelve la caricia.
"Susana ha salvado dos vidas. La de su madre y la de otra persona que ocupa su puesto en la lista de espera", asegura Enrique Moreno, pionero en el transplante hepático de donante vivo en el Doce de Octubre, en 1995. En seis meses, el hígado de Susana recuperará su tamaño y el de Carmen también se regenerará. Medio año.
Si este tipo de donaciones aumentaran un 40%, nadie moriría en lista de espera, dice Moreno. La supervivencia a diez años de un paciente con un hígado transplantado de cadáver ronda el 70%. Cuando es de vivo, del 92%. Pero esa información no suele darse a los familiares. "Si lo preguntan, se les dice. Pero es un dato coactivo". Es decir, que puede inducir a la donación. Por eso tampoco se menciona en caso de extrema urgencia, cuando la vida del enfermo pende de un hilo. Falta información, se lamenta el médico. Hay menos reticencia a donar un riñón que el hígado. Y eso que el riñón que se dona se pierde para siempre. Tenemos dos, sí, pero el que queda se hipertrofia y puede ocasionar problemas. En cambio, el hígado es el único órgano regenerable. "En esta sociedad que mata, que maltrata, que miente, que roba, no es fácil encontrar a una persona dispuesta a someterse a una intervención para salvar a otra", reflexiona Moreno. "La donación es un acto de amor".
Susana ya podría estar fuera del hospital, pero tiene unas décimas de fiebre y no la dejarán marchar hasta saber de dónde viene. Eso la fastidia. Porque a pesar del trato exquisito de las enfermeras -"son la caña todas", las piropea-, ya tiene releídas todas las revistas y se conoce cada recoveco de la quinta planta. Además, lo más importante, tiene desatendida su papelería de Parla. Para ella, el trasplante ya forma parte del pasado. "Si lo piensas fríamente, no es tan grave. También tiene riesgo cruzar la obra esta del Doce de Octubre. Te puede caer algo en la cabeza".
Asegura que no hay que tener miedo. Ella no lo tuvo. En ningún momento. Ni cuando la dormían. "En tres segundos me dejaron KO. Qué invento la anestesia". Incluso se permite hacer bromas. "¿Pero la cicatriz cómo será, que es lo que me interesa?", dice que preguntó. Su madre, al principio, se autoconvenció de que no iban a ser compatibles. "Haz lo que quieras, que no va a salir", le decía. Pero salió. "Me puse a saltar de alegría cuando me llamaron". Estaba en el súper. Llamó a su padre y él se lo dijo a Carmen, que llevaba meses postrada en cama.
"¿Por qué esperar si la familia puede echar una mano? Si esto se regenera. La gente tiene que ser consciente de que esta es la vía más rápida", insiste.
-"¿Todavía te parece algo extraño? Mis padres han estado toda la vida trabajando para nosotros. Somos muy egoístas los hijos", dice Susana mientras le atusa el pelo revuelto a su madre.
-"Bueno, algunos", tercia Carmen.
En Navidad, si todo va bien, ella y Faustino quieren viajar. "Iremos a Las Palmas".
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