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Columna
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Evite Lavapiés

"Los delitos callejeros contra turistas ocurren en las principales áreas turísticas". Esta sentencia extraída del diccionario filosófico de Perogrullo figura en la página web con la que el Gobierno de los Estados Unidos advierte a sus nacionales que han decidido visitar Madrid. Más sencilla y contundente resulta la recomendación de la web de la Embajada alemana: "Cuidado con los carteristas". En un reportaje titulado Mejor, evite Lavapiés, publicado en estas páginas, Elena Sevillano recogía una variada muestra de advertencias y consejos para turistas. Los más explícitos, como el del titular, corrían a cuenta de algunos empleados de los puntos de información turística del Ayuntamiento de la capital.

Los carteristas finos han ido desapareciendo del centro a causa de la creciente inseguridad

Lavapiés y las calles cercanas a la Gran Vía son señalados con puntos negros en los mapas que los turistas pliegan y despliegan en sus andanzas callejeras, avisando a los posibles interesados en las propiedades ajenas de su condición de incautos viajeros. También ayudan las cámaras fotográficas y el quedarse pasmados ante la contemplación de esos monumentos que los nativos de la urbe han visto mil veces, aunque no los hayan mirado nunca. Hasta hace poco, a los turistas también se les reconocía por sus coloristas atuendos y el uso de pantalones cortos, gorritas y chanclas, pero la globalización, la franquiciación y la subida de temperaturas debida al cambio climático y a los aparatos de aire acondicionado han homogeneizado los hábitos vestimentarios, y en la canícula, las calles del centro de la capital aparecen invadidas por legiones de individuos pertrechados para ir a una playa inexistente.

Por lo visto y leído, los informadores de los puntos de información turística se contradicen con frecuencia. Mientras unos señalan como zona tomada por la delincuencia la plaza de la Luna, en la trasera de la Gran Vía, otros afirman categóricamente que el centro es seguro y sólo hay que evitar la periferia. Tal vez sea una táctica para descongestionar las vías turísticas diversificando el flujo de turistas, o tal vez, y esto es lo más probable, que los madrileños nunca nos ponemos de acuerdo en estos temas porque nunca ejercimos de turistas en la ciudad y sólo hablamos de oídas o de leídas.

En cuanto al rotundo aviso de la Embajada alemana -"cuidado con los carteristas"-, puede ser un modelo de concisión, pero no de precisión.

Los carteristas finos, los carteristas fetén, han ido desapareciendo de las calles del centro a causa de la creciente inseguridad ciudadana. Un viejo profesional del gremio, maestro de prestidigitadores, se quejaba en una taberna de Malasaña hace unos años tras haber sido atracado, a las bravas y en pleno día, cuando iba a efectuar su ronda laboral en la Gran Vía. "Estuve a punto de llamar a un guardia", exclamaba indignado, y terminaba su perorata anunciando su próxima retirada de un oficio que ya no era lo que había sido. Era el de aquellos carteristas un mundo pacífico y elegante. Los turistas extranjeros o nacionales eran personas de orden que vestían traje y corbata, y llevaban la cartera siempre rebosante de billetes y siempre en el bolsillo interior izquierdo de la americana. Los carteristas competían en elegancia con sus clientes para poder acercarse a ellos sin llamar la atención, a veces se hacían pasar por guías espontáneos y casuales, y otras llegaban a encaminar los pasos de sus víctimas hasta la comisaría más próxima, entre exclamaciones como "no sé dónde iremos a parar" o "estas cosas antes no pasaban".

Hoy, otros predadores urbanos más agresivos han tomado el relevo. Hoy, las cosas se hacen más a lo bestia, por el procedimiento del alunizaje o a mazazos, sin arte, sin gracia y sin modales. Hoy se roba al descuido y al tirón, y los pies son más importantes que las manos para hacerse una buena carrera. No han desaparecido los carteristas de los transportes públicos y de las grandes aglomeraciones, pero sus habilidades artesanales, en la mayoría de los casos, no están a la altura de las de sus antecesores. Ahora suelen trabajar en grupo y utilizar trucos y trampas en comandita. El carterista fino trabajaba en solitario y a cara descubierta; tan sólo contaba con un subalterno al que le entregaba el botín nada más incautarlo, siempre dispuesto a decir aquello de "a mí que me registren".

Que hablen de mí aunque sea bien. A los barrios de Lavapiés y Malasaña, y en horas preferentemente nocturnas, seguirán afluyendo los turistas digan lo que digan las guías y los guías, o precisamente por lo que les digan. Un informador turístico aclaraba lo de Lavapiés a un turista: "Es un barrio multicultural, ¿sabe? Y a veces se producen peleas". Vaya lo uno por lo otro.

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