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Reportaje:

Chico Recarey rehace su vida

Agobiado por la Justicia brasileña, 'o rei da noite' empieza de nuevo en España

Tras siete años de ausencia, Lalín recuperó este año las garotas brasileñas para celebrar su Feira do Cocido. Pero las mulatas no estaban solas. Con unos cuantos años encima, Chico Recarey departió con amigos y dio cuenta de las bondades culinarias del cerdo. Era febrero. De ahí, una visita rápida a Agualada, en el municipio coruñés de Coristanco, y a la parrillada Recarey, para saludar a su padre y sus hermanos. Y a Madrid, donde se ha instalado un rei da noite carioca venido a menos por sus continuos problemas con la Justicia brasileña.

La vida de este gallego discreto que peina 66 años, elevado a los altares del triunfo de la emigración en pleno fraguismo, ha dado un giro que ni Copérnico. De Río de Janeiro, donde el común de los gallegos le ubica desde que decidiera emigrar con 15 años y lograr levantar su emporio siendo la cara amable de todo un lobby, a la villa y corte sin hacer demasiado ruido. "No ha dejado los negocios allá, seguro que no, pero también tiene hoteles y restaurantes en Madrid. Anda siempre entre Madrid y Málaga. También va y viene a Brasil". Su hermano Manuel, que junto a su mujer regenta la Parrillada Recarey, habla de un retorno con dinero y dibuja un nuevo monopoly del ocio que, como en sus buenas épocas en Río, Chico ha construido en plena meseta este año.

"Tiene un hotel y dos restaurantes en Madrid", dice su hermano Manuel
Estuvo en Lalín en la última Feira do Cocido, junto a las 'garotas' brasileñas

Manuel, también discreto, un pelín esquivo ante todo lo que sea desconocido, no ofrece demasiados detalles. "Bueno", se suelta al fin, "tiene un hotel y dos restaurantes en Madrid", para añadir a regañadientes su nombre y ubicación. Se trata del Hotel Rías Altas y los restaurantes El Torreón y El Pinar, ambos ubicados en El Pardo. El gerente del más grande de los tres establecimientos, Melquiades Álvarez, despeja cualquier duda: "Sí, Recarey tiene una participación minoritaria en El Torreón, que proviene de negocios que compartía con un tío mío en Brasil, pero creo que poco más tiene en España, ya que rompieron relaciones y dividieron sus sociedades". Álvarez, escueto, no ofrece más detalles, sólo que Recarey se deja ver habitualmente por el restaurante.

Su familia tampoco acierta a ubicar con precisión los muchos paraderos de Chico. "Ha vuelto a España", se limita a reiterar Manuel. ¿Y los problemas con la Justicia brasileña? Un mar de incógnitas que encierra muchas respuestas y que la familia atribuye a fabulaciones y venganzas de socios despechados. Lo cierto es que los últimos años de Recarey en Brasil, junto a sus dos hijos, que forman parte de los negocios, y su hermano Arturo, no han sido como para presumir.

El lobby gallego en Río comenzó a tener nombre y apellidos para los brasileños a finales de los 80. Y fue la Justicia de aquel país la que se encargó de ello. Ahí estaban Pedro González Méndez, Avelino Fernández Rivera, Ramón Rodríguez Crespo, Faustino Puertas Vidal y Gerardo Morgarde Senra, todos ellos vinculados a un accidente que se grabó a fuego en sus trayectorias: el hundimiento en la noche del fin de año de 1988 y en plena Bahía de Guanabara, en Río, del Bateau Mouche, una réplica de los barcos que recorren el Sena en París, destinado al recreo de los turistas en Brasil. El saldo, 55 víctimas mortales. También Recarey estaba entre los acusados de homicidio por negligencia.

Chico aguantó el chaparrón, pero con los años vería llover procesos judiciales que amenazaban gran parte de los negocios que representaba, casi todos levantados por el grupo de socios y de los que él venía a ser el risueño y encantador rostro. Pura fachada, según sus detractores, que se multiplicaban como por esporas. El catálogo de condenas en firme tiene que ver con fraudes y evasión fiscal. También marcó su declive el cierre de la discoteca Help, considerada por las autoridades un antro de prostitución.

No lejos de Agualada, en la aldea de Cuns, el padre de Chico, que supera los 90 años, sobrevive en una suerte de adosado improvisado por las reformas que le garantizan unas mínimas condiciones de habitabilidad. Sus manos, cuarteadas, son las de un campesino, con lo justo para vivir. Es la cara B de la opulencia Recarey. Su negra sombra.

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