Esperanza, sueño y risa
Un ambicioso y fascinante montaje de 'Parsifal' inaugura el Festival de Bayreuth
Wolfgang Wagner, nieto del compositor, 89 años a finales de agosto, 57 al frente del Festival de Bayreuth, se puede retirar tranquilo. La última nueva producción de su reinado está tocada por el sello de la genialidad. Precisamente en Parsifal, la ópera emblemática por excelencia del teatro de la verde colina, la misma en la que él era abucheado año tras año por su concepción escénica conservadora y anodina, la que le hizo cambiar de aires estéticos e iniciar una huida hacia delante invitando al enfant terrible Christoph Schlingensief para hacerse cargo del "festival escénico sacro" -como llamaba Wagner a Parsifal- sin obtener, por los excesos del director teatral, el efecto revulsivo esperado, a pesar de la magnífica dirección de Pierre Boulez.
Wolfgang Wagner, nieto del compositor, se despide este año al frente del certamen
Wolfgang Wagner le echó valor y propuso para su producción de despedida al noruego Stefan Herheim, nacido en 1970, y cuya concepción de El rapto en el serrallo, en el Festival de Salzburgo hace cinco años, fue abucheada sin piedad por mucha riqueza de pensamiento e impecable realización tecnológica que tuviera en su compleja realización teatral sobre la fidelidad y el amor a partir de la ópera mozartiana.
Complejidad no le falta a su enfoque de Parsifal, pues, a través de la ópera, se cuenta la historia de Alemania, la del propio Wagner y la del teatro de Bayreuth, en una pirueta colosal que desde las escenografías originales del estreno llega a integrar en escena, a través de la tecnología, al público que asiste a la representación actual en una magistral esfera de reconciliación.
Decía Kant que tres cosas ayudan a soportar las penas de la vida: la esperanza, el sueño y el humor. Las tres figuran ampliamente en la dramaturgia de Herheim y su equipo. Pero no para soportar ningún tipo de pena, sino para desvelar desde una mirada actual los entresijos más ocultos de una ópera como Parsifal. Bien es verdad que la música expresa los dramas internos de los personajes, lo cual da cartas de libertad al director de escena para señalar líneas de reflexión paralela que, sin ninguna duda, enriquecen la contemplación y escucha de la obra.
Todo ello se puede hacer si la realización teatral es extraordinaria, y en este caso lo es. Más aún, hay una profunda identificación con la dirección musical de Daniele Gatti y también con la acústica vertical de un teatro como el de Bayreuth. Las referencias visuales a la parte posterior de la casa de Wahnfried son constantes. Incluso hay una asociación de la tumba de Wagner con la cama de Amfortas. Simultáneamente, en el primer plano del escenario se hacen alusiones a la construcción del teatro, y en el tercer acto, unas columnas de la sala ya se reproducen en escena en un juego dentro del propio teatro desde una perspectiva arquitectónica.
Los tiempos de la vida privada se funden y la imagen de inocencia de Parsifal se remite a la infancia jugando con un caballito vestido de marinero, ropa que conserva en el primer acto e incluso en el segundo, con la visita al castillo encantado de Klingsor, donde el sentido del humor es evidente en la escena de las muchachas-flor y en las referencias a Marlene Dietrich, evolución en azul de los ángeles negros del primer acto. La fantasía convive con el psicoanálisis, la ingenuidad con el fatalismo histórico, los recuerdos con el camino hacia la madurez de conciencia. Pero la esperanza siempre está en primer plano y la utopía de un mundo mejor se vislumbra. Wagner es redimido desde el teatro. Redención al redentor.
La referencia al Wagner de posguerra, en el verano de 1951, con las puestas en escena abstractas y apolíticas de Wieland Wagner es genial por lo que supone de antecedente necesario, y también porque hay un puente tendido con esta realización de Herheim. Sin embargo, ahora la Historia se asume y los militares entran al final del primer acto, en el que es necesaria la presencia simbólica del Graal para mantener la fe espiritual, y las esvásticas se despliegan al final del segundo con un minidesfile sobrio y medido teatralmente de los nazis, y las huellas de la destrucción llenan un tercer acto poético que concluye con Parsifal transmitiendo su mensaje de paz a un Parlamento enfrentado, la familia del futuro con un niño al lado de Gurnemanz y Kundry, y los espectadores de la sala reflejados en el escenario como cómplices imprescindibles de un mundo nuevo.
Christopher Ventris, Mihoko Fujimura, Detlef Roth, Kwangchul Youn y Thomas Jesatko encabezaron un reparto coherente, que fue aplaudido en su totalidad. Sensacional el coro y excelente la orquesta a las órdenes de Gatti, debutante en la plaza. Se preveía bronca para el equipo escénico, pues ya había habido algún amago por algunos que no respetaron el silencio tradicional después del primer acto, y por un espectador al que le dio un ataque de abucheo con la breve aparición de las esvásticas. Pero la gran mayoría del público captó que se encontraba ante un momento excepcional, y obsequió a Herheim y los suyos con grandes aclamaciones. Es sin empacho la más inteligente e imaginativa dirección de escena que ha visto nunca en Bayreuth. Bayreuth ha apostado por el talento. Que sea para largo.
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