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Columna
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Vuelva usted en septiembre

La crisis -haberla, hayla, aunque algunos no crean en ella- está cambiando los hábitos veraneantes y vacacionales de los madrileños, pero no parece que vaya a terminar con la tradicional costumbre de la agostidad, alevoso cierre de comercios y servicios durante el mes de agosto, castigo suplementario para los ciudadanos que han decidido, o aceptado, no tomarse las vacaciones en ese mes, o que no las tienen. Agosto no existe, es un mes borrado de los calendarios laborales. Ya se sabe que durante ese periodo siguen funcionando oficinas y servicios públicos o privados, pero también se sabe que en la mayor parte de los casos lo hacen al ralentí y que la frase más extendida en sus teléfonos y ventanillas es la de: vuelva usted en septiembre.

En estas latitudes el calor se combate con cervezas heladas y tintos de verano

Agosto mata en Madrid con golpes de calor y cierres echados, pero no sólo los sufren los que viven pegados, a veces literalmente pegados, al asfalto. Alcalá de Henares, Orusco de Tajuña y Villarejo de Salvanés superan ya el umbral de alerta de ozono, eufemísticamente denominado por la Comunidad "umbral de información" o momento en el que las autoridades se ven forzadas a comunicar a los ciudadanos de que a lo mejor les pasa algo si insisten en salir a la calle con la que está cayendo y respirar como si no pasara nada. Como en el colesterol, existen dos tipos de ozono, el bueno y el malo, que es el ozono troposférico. Esta vez el Ejecutivo regional no informó a los ciudadanos ejecutables, sino a sus Ayuntamientos respectivos, que a lo mejor tardan más en informar porque, como quien dice, ya estamos en agosto.

El primer golpe de calor del día me agrede con la lectura matinal de la prensa. Aún no ha subido mucho el termómetro pero me corren sudores fríos por la espalda cuando leo el primer párrafo de la información que publicaba ayer en estas páginas Rebeca Carranco bajo el animoso título de: A por los 37 grados. Eso. ¡A por ellos! Escribe la compañera: "Cuando se levante mañana no se extrañe al sentir un calor horroroso, el cabello pegado a la nuca y las axilas húmedas". Creo que no dormiré bien esta noche.

De hecho, creo que no dormiré bien hasta el fin de semana, cuando baje el mercurio y yo me vaya a dormir a la sierra. "Nosotros, en el pueblo, dormimos con manta", era la frase que repetían, orgullosos, los que, generalmente por falta de posibles, tomaban sus vacaciones en los pueblos de la sierra madrileña del Guadarrama. Vacaciones muy animadas, con sus típicas fiestas de sol, cuernos, moscas, verbenas e incendios forestales.

Para combatir los golpes bajos del calor agosteño, las autodenominadas autoridades sanitarias aconsejan, entre otras sensatas medidas, beber, incluso sin sed, y prescindir de las bebidas alcohólicas. Algo que parece contradictorio, pues ya se sabe que en estas latitudes el calor se combate con cervezas heladas y tintos de verano. "Esas no son exactamente bebidas alcohólicas", exclama ofendido un compañero de barra y caña, y recuerdo que en una sesuda encuesta publicada hace unos años a expensas de empresas del sector alcohólico, entre otras, los españoles resultaban ser los que menos bebían de Europa, seguidos a corta distancia de franceses e italianos. La flagrante contradicción, bendecida por la estadística, se aclaraba leyendo la letra pequeña: muchos encuestados españoles que marcaban la casilla de no bebedores aclaraban que sólo tomaban vino en las comidas, o alguna cervecita que otra; sin embargo, muchos escandinavos se declaraban bebedores de alcohol, aunque sólo tomaran un vino, o una cerveza a la semana. Ni que decir tiene que los nórdicos quedaban fatal, estigmatizados como los más alcohólicos de Europa.

En municipios como Aranjuez o Getafe, prosigue la información de este periódico, las temperaturas alcanzarán los 39 grados, se supone que a la sombra. Para saber las temperaturas bajo el sol sólo tienen que echar una ojeada a esos termómetros urbanos, estratégicamente situados para marcar cifras de asombro y récord, hasta de 49 y 50 grados, suficientes para derribar de un golpe -un gancho a la mandíbula- de calor a cualquier ciudadano desprevenido.

Entre las recomendaciones sanitarias sobre los efectos del calor se sugiere el uso de prendas ligeras y de gorras o sombreros, y, sin embargo, vemos que los pueblos de los desiertos más calurosos del mundo combaten las altas temperaturas liándose la manta a la cabeza como turbante y con prendas de mucho peso y tupida lana. Además, no toman cañas ni tintos de verano, sino infusiones ardientes. Prueben el sistema este verano en las desiertas y saharianas calles de Madrid y luego me cuentan cómo les fue.

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