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con chanclas y a lo loco
Columna
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A DESHORAS

El encargado de las hamacas de la playa de Portitxol, frente al Hostal Empuries, coloca las tumbonas todas las mañanas a las ocho en punto. Como un clavo y a sabiendas de que nunca le ha amanecido tan temprano un cliente. Pero son las normas que le llegan desde La Escala y él, obediente, tiende las gandulas al sol y aprovecha para echarse un sueño hasta las diez que es cuando, con suerte, le asoma por la arena el primer veraneante. Dos horas de lonas vacías en un mediterráneo de pinos solitarios y ruinas de puerto griego. Ahora, eso sí: luego a las siete de la tarde, que es hora punta, se pone a recoger. Justo cuando el personal se encuentra reposando el almuerzo tardío en la plaza de Sant Martí. Jarra de cerveza y pizza en un pueblo que fuera hasta hace muy poco propiedad privada de un conde y en el que, se sospecha, el propio conde venido a menos ejerce hoy de camarero.

Horarios de hamacas que, mientras no cuaje la conciliación laboral, chirrían en un país cuyos habitantes experimentan diariamente el jet lag sin necesidad de tomar un avión. Aquí se viven dos vidas, la del día y la de la noche, por el mismo precio y sin gozar del don de la ubicuidad que tanto le ayudaba a Fray Escoba. Pertenecemos a un rincón del mundo en el que, empeñado en rellenar los huecos nocturnos sin dar cabezadas, hubo que inventarse Pachá y la costumbre de echarle Coca-Cola al whisky. No sé que nos pasa a los españoles que nos cuesta irnos a la cama. Tal vez tengamos miedo, como los niños, a perdernos lo mejor del día o, quizás, simplemente, resulte que somos conscientes de que las cosas bien hechas requieren su tiempo. Y por ello nos lo tomamos. Que las prisas no son buenas y mucho menos en verano. Fíjate en Dios, por poner un ejemplo, que creó el mundo en siete días y ya se ha visto que no fue suficiente para dejarlo bien rematado.

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