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Columna
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Es el calificativo

No sé quién ha sido el asesor que le ha dicho a Ibarretxe que tachara de "despotismo ilustrado" el recurso de inconstitucionalidad que el Gobierno ha interpuesto contra su consulta. A mí me sorprendió la frase, no sólo por lo rebuscada, sino por otorgarle al Gobierno que preside Zapatero el honor de ser "ilustrado", aunque sea al lado de lo de despótico. Pero me ha sorprendido, sobre todo, porque el lehendakari debería saber que en Euskadi, en el habla popular, y sobre todo en el lenguaje político, desde el origen de la democracia lo importante está en el adjetivo, no en el sustantivo. El asesor, en mi opinión, no se ha ganado el sueldo en esta ocasión, y si se le ha ocurrido motu proprio al lehendakari será porque ha rebuscado mucho, y las cosas rebuscadas no suelen ser las atinadas.

Probablemente lo despótico, despótico a secas, es preguntar a la gente sobre algo tan serio

Hace bastantes años, a finales de los setenta, mi amigo Mario Onaindia se despistó y entró en una peluquería unisex llena de señoras. Aprovechó la situación porque allí descubrió que lo importante a la hora de hablar entre ellas no estaba en el corte de pelo sino en los numerosos calificativos que lo acompañaban, y se fue fijando que también pasaba con el tipo de ondas y los tintes y todo lo demás, lo que le llevó a darse cuenta que lo importante en Euskadi no era ser de izquierdas sino que ésta fuera calificada de abertzale; que lo mismo pasaba con la violencia, que es mala en sí, pero que con el calificativo de revolucionaria o popular se dignificaba sin límite hasta tras transformarse en una bendición, y que el nacionalismo a secas podía tener una acepción negativa, pero si se le sumaba lo de vasco la cosa ya cambiaba.

El sintagma "despotismo ilustrado", además de rebuscado, es una mala elección, porque lo de ilustrado mata lo de despótico, lo convierte casi en benéfico. A estas alturas de surrealismo que soportamos en la crisis institucional, lo de llamarle a un recurso de inconstitucionalidad ilustrado es todo un consuelo para las mentes preclaras: por fin tenemos algo ilustrado. El despotismo, si es ilustrado, deja de ser despotismo de verdad; es, incluso, una acción filantrópica para el pueblo antes de que éste accediera a un régimen de libertades. Suena hasta bien en una sociedad en la que se echa de menos la Ilustración (mucho más tras los resultados del Informe PISA) y le otorga la pátina de lo venerable propia de las buenas antigüedades. No hay que olvidar que en su época el integrismo más radical y religioso estuvo en su contra, pues este ejercicio soberano solía menoscabar privilegios de la nobleza y del clero locales; es decir, era despótico para ellos.

Sin quererlo, Ibarretxe ha desdramatizado su protesta. Ante la actual pobreza del lenguaje político, resulta que su concesión al barroquismo nos traslada a la política versallesca, y en aquellos tiempos nadie discutía que la soberanía residía en el monarca, y los vascos los que menos. Es casi un sintagma poético y, en una dinámica de conflicto, muy poco apropiado para tensar el ambiente. Ha sido, por el contrario, un adecuado argumento en sintonía con la despreocupación de la gente ante el trascendente proceso que se le brinda para decidir un futuro que no cuestiona. Probablemente lo despótico, despótico a secas, es preguntar a la gente sobre algo tan serio, cuando a muy poquitos les interesa tal aventura y no existe ambiente de referéndum. Por no haber, ni siquiera hay preocupación por parte de algunos que en otras circunstancias hubieran estado mirando con el rabillo del ojo las maletas, por si hubiera que hacerlas precipitadamente. Y es que gracias al Estado, cuyo origen está en la ilustración, no va a pasar nada.

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