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Reportaje:

El valle mira de reojo a Cofrentes

Los vecinos viven con calma los fallos de la central, aunque algunos desconfían

La cocina de María Muñoz se asoma a un meandro del río Cabriel, agua limpia y árboles mecidos por el aire fresco de la sierra. Un paisaje idílico que se transforma al otro lado de la calle, donde entre casa y casa asoman dos grandes chimeneas de hormigón que expulsan vapor de agua. Son las torres de refrigeración de la central nuclear de Cofrentes, que desde muchos rincones del valle dominan la imagen de postal de esta comarca del interior de Valencia. María, de 82 años, regresó hace dos al pueblo de sus padres. Echa en falta más vida en la calle -"antes había de todo, ahora no se ve a nadie"- y lo achaca a la central. Pero no le quita el sueño: "Si pasa algo, estamos tan cerca que no nos vamos a enterar".

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Así lo ven muchos en el valle de Ayora-Cofrentes. Susana, de 40 años, asistente social que cuida de María, ha convivido con la planta 15 años. "Preocupa más a los de Valencia que a los de aquí", asegura. Su percepción sobre la seguridad no ha cambiado a raíz de la acumulación de fallos de la instalación, cuatro en dos semanas de julio: "Genera trabajo y dinero". Eso se nota en las cuidadas calles y casas de Cofrentes. Hasta el cuartel de la Guardia Civil luce de blanco impoluto.

El presupuesto de los 950 habitantes de Cofrentes alcanza los 3,6 millones de euros, y el 85% procede de los impuestos de la central y las compensaciones de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos por albergarla. En distintos porcentajes, según la distancia, estas indemnizaciones llegan a otras localidades del entorno. Han permitido desarrollar infraestructuras y dar empleo, afirman en las poblaciones. "Pero queremos que se nos conozca por algo más que la nuclear", explica el alcalde, Raúl Mateo Ángel, del PP, "y por eso apostamos por el turismo rural". El dinero por la central permitió al pueblo comprar el balneario, ahora con 210 trabajadores -"es el de más pernoctaciones de interior"- y los 14 kilómetros de ruta fluvial por el Júcar atraen a 50.000 personas al valle cada año. Ese es el futuro para este alcalde de 34 años, que asegura rotundo que Cofrentes no será candidata al almacén de residuos nucleares para el que el Gobierno busca sitio, aunque implique más dinero. Ya han pagado su contribución a la energía nuclear, que tiene "beneficios y perjuicios", por la alarma social que la acompaña. "Todo lo nuclear suena a amenaza", a pesar de que los fallos de la central han sido "de nivel cero", recalca.

La nuclear de Iberdrola se enchufó a la red eléctrica hace 24 años, y en 2011 deberá pedir la renovación por otra década. Su vida útil es de 40 años, aunque los directivos de Cofrentes la ven posible hasta 60. Desde enero, la central acumula una decena de sucesos, entre ellos dos prealertas de emergencia.Todos los fallos han sido clasificados de nivel 0 en la escala internacional de 1 a 7 que rige el sector, y se consideran 'desviaciones' sin impacto para la salud de las personas y el medio ambiente. Cofrentes ha notificado al Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) una media de 10 sucesos anuales en la última década. En los noventa, registró tres de nivel 1, que se califican de 'anomalías'. Tras los últimos sucesos, que Iberdrola califica de 'puntuales' y 'sin ninguna consecuencia para la seguridad', el CSN ha pedido a la instalación un informe de autoevaluación que profundice en las causas de los fallos. Los grupos ecologistas y partidos verdes han intensificado su oposición a las nucleares, apuntan al envejecimiento de los equipos y exigen un plan de cierre. Cofrentes replica que gasta decenas de millones en renovación de material y seguridad. Los fallos 'se comentan, pero no se les da más importancia', asegura Pilar Navarro (PP), teniente de alcalde de Cortes de Pallás. 'Hay gente del pueblo que trabaja en la central y nos fiamos de lo que dicen', añade. La planta emplea a unas 680 personas, parte de ellas de la zona. Pero la desconfianza hacia la tecnología nuclear también anida en el valle. 'Cofrentes lleva una racha..., algo tiene que haber', sospecha Sofía Tejedor, de 70 años, vecina de Jalance, a pocos kilómetros de la central. 'Ya tendrían que haberle echado el cierre', asegura esta mujer, que como la mayoría de los habitantes del valle, se entera de los sucesos de dos maneras: sabe que la planta está parada cuando desaparece la columna de vapor, y de lo demás informan 'la tele o los periódicos'. Los fallos se comunican a las instituciones competentes, entre ellos al CSN y a los ayuntamientos, pero la población queda al margen. La mayoría de consistorios no divulga las averías, que se pueden consultar en la web del CSN. 'La gente tiene que estar tranquila. Los que alarman son los medios de comunicación. La central no es una vecina molesta, no hace ningún daño', afirma el alcalde de Jalance, Ángel Abel Navarro, (PP) que trabaja en la nuclear. 'Los niveles de radiación se miden desde antes de abrir la central y no han cambiado', sentencia convencido de que no afecta a la salud. Otros no están tan seguros. 'A mí me da hasta miedo beber agua del grifo', comenta Manuela Martínez, de 47 años, con segunda residencia en Jalance, que cree que hay más casos de cáncer que en otras zonas. Para ir más allá de estas percepciones y analizar con datos si existen o no efectos sobre la salud, el Congreso encargó un estudio epidemiológico del entorno de las nucleares que lidera el Instituto de Salud Carlos III. Está en marcha. Constantino Abarca, de 65 años, se guía por la observación directa para afirmar que 'los almendros y los olivos no salen bien'. 'La oliva se queda marrón y se cae', comenta. En Cofrentes rechazan esta suposición y que cualquier cosa que pase se achaque a la central. Subrayan que el programa de vigilancia radiológica y la recogida de muestras no revelan alteraciones de la radiación. Los resultados se envían al CSN, con controles propios. A Constantino le queda la duda. 'Al principio lo de la central fue bueno, sacaron mucho dinero y los pueblos vivieron muy bien, pero la deberían cerrar', concluye antes de proseguir la marcha por el cuidado empedrado de la calle de Jarafuel en la que está el Ayuntamiento. También aquí se nota que las arcas locales ingresan compensaciones. Ante el edificio, charlan dos amigas en un banco. Prefieren no dar sus nombres -con 600 habitantes, 'se conocen todos'-. 'A mí no me cambia la vida la central', comenta una. 'No me preocupa', dice la otra. Unas cuantas curvas más allá de Jarafuel, la carretera da opción para girar hacia Zarra, el único pueblo de la zona en el que el alcalde -independiente, antes del PSPV-, habla sin tapujos de que la central tiene que cerrar: 'No pasa una ITV'. Entre sus vecinos, como en todos los pueblos, hay división de opiniones. 'Nos hemos acostumbrado. Si no, no viviríamos, pero a mí me preocupa que tenga fallos', afirma una vecina. 'Yo estoy como siempre, igual de tranquilo', dice, en cambio, Emilio Rubio. Tiene 86 años y recuerda que 'muchos' fueron a trabajar en la construcción de la planta. A él no le interesó, tenía un bar. 'Nos preocupa que no pase nada, claro, pero es que es muy bonito lo de darle al enchufe y que haya electricidad', razona Josefina García, de 59 años, en Teresa de Cofrentes. De los sucesos de la central suele enterarse 'días después' y comenta socarrona: 'Cualquier día amanecemos chicharrones'. 'Hay que valorarlo todo y poner todas las medidas sin escatimar para que no haya accidentes', opina a su lado Juan Manuel Checa, de 68 años, que se inclina por la 'ventaja descomunal' que a su juicio ha sido la central para el valle frente a 'la posibilidad' de un accidente grave. 'Es el precio del progreso, necesitamos la energía nuclear', añade su mujer, Pilar García, de 65 años. Cofrentes aporta el 65% de la energía que consume la Comunidad Valenciana. 'Antes por aquí no pasaban ni las águilas', valora sobre el desarrollo del valle Adriano Delgado, desde hace 27 años al frente del Restaurante El Rincón. En los primeros años de la planta 'corría el dinero'. Ahora menos. A Ayora la central le pilla lejos, unos 25 kilómetros, y según la teniente de alcalde, Minerva Ávila (PSPV), están "acostumbrados" a ella. En la capital de la comarca, la guerra es otra, contra un posible vertedero de basura o similar en Zarra, donde ven hipócrita esta postura. "Ya hemos cubierto el cupo con la central", opinan en Ayora.

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