Cine de verano
Me dice el periódico que se han perdido 100 kilos de estupefacientes, 50 de cocaína y 50 de heroína, en la Jefatura Superior de Policía de Sevilla, donde los antiguos calabozos son ahora una despensa para 350 kilos de droga en polvo y cinco toneladas de hachís, y me llama la atención la precisión de las medidas. Me recuerda la adolescencia, cuando mi madre me mandaba a comprar café, natural y torrefacto, mitad y mitad, 50 y 50. Habrá significado bastante trabajo calcular exactamente la droga perdida, puesto que el ladrón sustituía euforizantes y sedantes por azúcar y talco. El viernes por la tarde, en la página 109, el teletexto de Canal Sur, como si fuera el capítulo final de una novela de crímenes, revelaba la posible clave del asunto: "Las pesquisas policiales apuntan a los propios agentes de la Udyco, la unidad contra la delincuencia y el crimen organizado, encargados de custodiar la droga que alcanzaría un valor de cinco millones de euros en el mercado negro".
Tráfico clandestino de mercancías no autorizadas o escasas, a precios superiores a los legales: eso es el mercado negro, según el diccionario. No habría negocio sin prohibición y persecución de la venta de drogas, y la policía tiene sus necesarios contactos con el mercado mayorista y minorista, y con los soplones, buena veta para el escándalo de serie negra. El verano es propenso a la crónica y el novelón criminal. La noticia de principios de semana fue la detención de dos guardias civiles y el jefe de la policía local en El Molar, en Madrid, sobre el río Jarama y en la frontera con Guadalajara. Controlaban una red de menudeo de droga en los soportales de la iglesia, y eran funcionarios adictos a los clubes nocturnos y el juego. La vida imita al cine: en Bad Lieutenant (Teniente corrupto), de Abel Ferrara, Harvey Keitel hacía el papel de un oficial de policía jugador, violento y drogado que iba a la iglesia.
Una novela estupenda para este tiempo es El hombre que fue Jueves, de G. K. Chesterton. Cuenta las aventuras del inspector Gabriel Syme, especialista de la lucha antiterrorista, que consigue infiltrarse en el consejo supremo del anarquismo y descubre que los camaradas de comité, los enemigos que ponen bombas, pertenecen todos a la policía. Estas paradojas disparatadas sólo se le ocurren a un católico como Chesterton, feliz con la diversión de las ocurrencias evidentes pero inimaginables. Ferrara también es católico. Bad Lieutenant, a pesar de su apariencia depravada, pertenece al género de las películas de monjas, y trata de la redención del teniente perverso, Keitel, que ve un anuncio de la salvación cuando el equipo de béisbol que jamás ganaba la liga conquista el campeonato: la redención es posible. La paradoja es que este resultado arruina al policía jugador y lo condena al hundimiento.
Entonces se le aparece Cristo, que se baja de la cruz herido y coronado de espinas (la escena puede verse en YouTube, Bad Lieutenant (1992)-I'm sorry). Como dice Mark Kermode, aunque la película se ocupe de la violación de una monja, de sexo y drogas miserables, de un policía bestial y asesino, es "un poderoso relato de catolicismo redentor". El caso de la Jefatura de Policía de Sevilla quizá sea también un aviso redentor sobre las costumbres contemporáneas, que funden en un sistema único la economía legal y la ilegal. La cocaína, mezclada alguna vez con heroína, se convirtió en un signo de posición económica, como el reloj blindado en la muñeca, la ropa, el coche contundente y el proveedor de euforizantes. La droga del furor instantáneo se parece a la economía instantánea de los últimos años: el ansia de ganar el máximo a la máxima velocidad posible. Y la cocainomanía se contagió a bastantes pobres que quisieran ser ricos, es decir, tener más libertades, más disfrute de los derechos humanos, mejores amistades. Ya que no podían alcanzar otras dignidades, compraban un poco de magia química al agente del orden, o al emisario o conocido del agente del orden.
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