El poder de lo viejo
La tradición en estado puro. Eso fue Tom Waits en su primer concierto en el auditorio del Fórum, una sucesión de canciones antiguas en el mejor sentido del término, una música no desgajada de esa tradición que forma parte de cualquier cultura porque en todas hay confesiones humanas entre vapores de complicidad, desgana, cierta desesperanza y masculinidad fea y vieja. Tom Waits escenificó todo eso en un concierto que, aun sin poderse saber si estuvo por debajo, a la altura o por encima de sus prestaciones, satisfizo por recordarnos que todos formamos parte de algo antiguo.
Además de ese poso, Waits recordó con sus canciones a otro representante de tiempos pasados, a Paolo Conte. Sí, el italiano es más melódico y las afinidades no se centran en la voz, sino en la manera de manosear el material sonoro, en la forma de mezclar los ríos de estilísticos que lo riegan, en cómo se sienten cómodos siendo como son y en el acento acústico que palpita bajo su música. Eso les une. Les diferencia que Waits no precisa el formato de canción, pues bien podría acudir a una continuidad deforme de música sin estructura. Pero quizá acude a ella, a la canción, como una concesión más a su público, una más en la lista de gratificaciones con las que le obsequia: pedir palmas, hacer chistes, llevar sombrero o regodearse en la autocomplacencia que proyecta en sus fieles.
Tom Waits satisfizo por recordarnos que todos formamos parte de algo antiguo
Éstos, reducidos a la más vulgar condición de fans que se apelotonan ante la venta de camisetas del ídolo, aplauden hasta los estornudos, olvidan que lo mejor del batería es ser un Waits, se abonan a la credulidad y se deshacen en ovaciones ante cualquier solo, vieron lo que querían ver. Ello puede conducir a Waits a preguntarse si gusta por lo que hace o porque se llama Tom Waits, actúa pocas veces en directo y representa lo que representa. A otra escala, pero el mismo problema que tienen, sin ir más lejos, Serrat y Raimon.
Pero Waits tiene un plus en directo que le hace aún más solvente que en disco. Será porque su tradición es de taberna y, por tanto, occidentalmente comprensible; será porque parece un miembro de la troupe de Todd Browning; será porque se mueve como los personajes lisiados de Terry Pratchet; será porque, para asentarse aún más en la tierra, sale polvo de la tarima que patea, como inspirado por el aire fronterizo de las novelas de Cormack McCarthy; será porque On the nickel, Make it rain y la final Day after tomorrow resultaron fascinantes, o será porque tras pagar 130 euros a nadie le apetece sentir que los ha malgastado, pero lo cierto es que Waits sometió. Con sabiduría y tino. A pesar de todos los pesares.
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