McLaughlin vino sin Mahavishnu
El guitarrista británico confirma su condición de favorito en el Getxo Jazz
John McLaughlin dejó a Mahavishnu, su nombre hindú, en el backstage y, armado únicamente con su guitarra eléctrica, llenó de electrificado volumen la plaza Biotz Alai el pasado miércoles en Getxo. El británico no trajo el sitar esta vez, sino a un batería, un bajista y un teclista que le acompañaron en su repaso por el jazz-rock que contribuyó a expandir en los setenta. Fue una noche de fusión y revival, de una época y un estilo que incluyen al músico inglés entre sus máximos exponentes.
Fiel al nombre del grupo (John McLaughlin and the 4th Dimension), la cosa empezó espacial, con los teclados de Gary Husband sonando a sintetizador setentero y los agresivos ataques del líder haciendo sonar a su guitarra al volumen más alto oído hasta entonces en el festival. Desde la primera canción el virtuosismo llenó el ambiente, con largos solos provenientes de la guitarra, de las cinco cuerdas del bajista Dominique Di Piazza y del teclado de Husband. El público, entregado, aplaudiendo e incluso bailando entre las columnas de la plaza.
El mismo McLaughlin, ataviado con pantalón blanco y camisa naranja holgada, se reflejaba en los numerosos veteranos presentes, que se veían trasladados a unos mejores setenta donde, musicalmente hablando, todavía todo era posible. En aquel tiempo, el músico grababa discos como Bitches Brew (uno de los más vendidos en la historia del género) con un tal Miles Davis y, mientras tanto, contribuía a desarrollar un estilo, el jazz-rock, que el guitarrista de Yorshire se afanó por recerar el miércoles. Nada de la India, nada acústico. El primer occidental en cosechar aclamación unánime tocando música hindú en la India se olvidó por una noche de la world music, de la que él mismo fue un gran pionero.
Mientras, en el escenario, los solos se sucedían y la guitarra desprendía sonidos que recordaban al Jeff Beck de mediados de los setenta. Al término del segundo tema, McLaughin se disculpó en inglés por no hablar español ni vasco, antes de introducir la siguiente canción, en la cual la banda se acercó al blues más clásico. La batería de Mark Mondesir rockeaba a todo volumen, y en el tema siguiente el percusionista se despachó con un solo de más de cinco minutos que levantó una tremenda ovación del público.
A mitad de concierto el teclista se pasó a una pequeña batería para anticipat lo que será el punto álgido de la noche. Hacia el final de la noche, y después de un increíble fraseo de McLaughlin, acompañado únicamente por los dos percusionistas, las baterías iniciaron un diálogo que envolvió a los presentes en una orgía a todo volumen de bombos y platillos.
Un Boitz Alai casi lleno aplaudió de pie, extasiado por el desborde de electricidad y exhausto tras hora y media de música a toda velocidad. Pero todavía quedaban tiempo y energías para pedir un bis, que fue, paradójicamente, lo más melódico y tranquilo que se oyó en toda la noche.
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