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El test

Jordi Soler

Los deportes se prestan a todo tipo de interpretaciones. Hay quien ve en la jerarquía que opera dentro de un campo de fútbol, una representación del grupo social que hace funcionar, por ejemplo, una oficina, donde hay uno que dirige, dos que asesoran, otro que resuelve los conflictos, un trío que guarda las espaldas y una cuarteta de menesterosos que dan juego hacia arriba y hacia abajo del organigrama. Hay otros que ven en las justas deportivas la traspolación civilizada de esa batalla que, en otras circunstancias, se libraría a leches y a mandobles o, en un nivel más tribal, a balazo limpio. También hay románticos que en un partido de fútbol, más que un ejército, lo que ven es una coreografía, o incluso un ballet; es decir, gente perfectamente sincronizada que, con un movimiento ágil y grácil, construye un instante fugaz y conmovedor. Utilizo el fútbol como ejemplo porque es lo que queda más a mano, pero lo cierto es que cualquier deporte puede tener lecturas similares; en el caso del box o la lucha, será una lectura más directa, y la que corresponde al lanzamiento de jabalina tendrá que hacerse desde la noche de los tiempos. Todo esto dicho desde el sillón frente a la tele, o desde la gradería en el estadio, porque para los protagonistas del juego el gol es el gol, y no la representación del objetivo que ha logrado un grupo social con su trabajo en conjunto. En el juego, en suma, cada espectador ve lo que le interesa, cada uno va a lo suyo y quizá, si estudiáramos a fondo la lectura que tal persona hace de un partido, tendríamos a nuestra disposición un instrumento psicológico del calibre del test de Rorschach, ese donde el paciente va mirando e interpretando manchas con formas diversas. Como este artículo lo voy confeccionando en esa vertiginosa soledad que constituye el ambiente de trabajo de los escritores, no tengo más remedio que, con la venia de usted, aplicarme el test a mí mismo y, para no alargarme excesivamente, me concentraré en una acción específica, que se ve decenas de veces en un partido, porque me parece sumamente interpretable, aunque advierto que estoy irremediablemente deformado por mi oficio: un futbolista da un pase, desde el medio campo, a otro que se encuentra en el área del equipo contrario; éste recibe el balón, que viene a media altura, y lo baja con el pecho, o con alguna otra parte del cuerpo, para colocarlo en una posición, en el suelo o a una altura más conveniente, que le permita servir otro pase o ejecutar un disparo a puerta. Encuentro que esta acción de bajar el balón a tierra, una acción que por cierto distingue a un futbolista de un crack, se parece a la que ejecuta continuamente un novelista al bajar un concepto o una idea que viene de lejos y que es necesario controlar al vuelo y bajar, sin titubeos, a la superficie del papel; me parece que igual que sucede con los jugadores de fútbol, los novelistas pueden distinguirse por la forma en que bajan las ideas y los conceptos a la historia que están escribiendo. Otro caso interesante es el del tenis, donde el jugador se desempeña en una vertiginosa soledad que se parece a la del novelista; el tenista ejecuta un gran despliegue físico durante el partido, mientras que el novelista, en las horas que dedica a la escritura de su obra, está sentado en una silla, encorvado sobre un teclado de ordenador o una libreta, y generalmente autodestruyéndose con cigarrillos y tazas ulcerantes de café; sin embargo, más allá de esta obvia diferencia, el trabajo mental del tenista y el del novelista se parecen, los dos son un hombre solo, esforzándose por mantener un nivel máximo de concentración, durante un tiempo muy largo (el tenista tres horas y el novelista tres años), donde la tendencia natural es pensar demasiado, empezar a darle vueltas a las cosas y comenzar a desanimarse, a deprimirse, a desesperarse; mantener a raya esa corriente nociva, y destructiva, del pensamiento, es la mitad del trabajo del tenista y del novelista, el resto es darle a la pelota, o al adjetivo.

Como en el test de las manchas, en el que cada uno ve cosas diferentes, en el juego cada espectador ve lo que le interesa

Jordi Soler es escritor.

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