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Columna
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Antipáticos

¿Para qué se siguen reuniendo los gobernantes de los países más ricos del mundo? Tal vez algún ingenuo crea que pamemas tan costosas para los contribuyentes como la que se ha escenificado estos días dan algún resultado práctico. Son meras tretas destinadas a que los poderosos sientan que son, es decir, teatralidades más propias de cantamañanas que de ejecutivos serios. En el futuro, cuando se retiren a su consejo de administración o cualquier otro chollo o prebenda, recordarán estas tertulias con nostálgico e inane afecto.

El G-8 debería llamarse el Grupo de los Antipáticos. Son pocos -son ricos-, son excluyentes, no se enteran de lo que pasa a su alrededor, lo cual no les impide, por supuesto, pisotear; nunca deciden nada eficaz, viven en una burbuja de irrealidad y están ahí de prestado. Ayer le tocó a Blair, hoy a Gordon Brown. Ayer le tocó a un Bush, hoy a otro. ¿De verdad creen que sienten algún interés ni siquiera por los desaguisados que provocan? Casi me dio pena la pobre Angela Merkel, en medio de semejante panda, intentando infundir sentido práctico.

Pero comieron de coña. En plena escasez de recursos alimenticios, y entre zozobras medioambientales, los huéspedes del Gobierno japonés fueron agasajados con exquisitos piscolabis y una cena de ocho platos. Lo cuenta muy bien Andrew Grice, en The Independent. Maíz relleno de caviar -espero que fuera de Riofrío: los esturiones no dan mucho más de sí-, el exquisito congrio rojo... Lo más interesante, a nivel simbólico, fue la ingesta de erizos. De esos apreciados bichos marinos nos comemos las gónadas, o partes pudendas: lo cual, como diría Clinton, no es adulterio. Además, los erizos poseen algo en común con los poderosos: el ano a la altura de la boca. O viceversa.

Me pareció verles en una foto, plantando un árbol. Para hacer la digestión, sería.

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