Buenas noticias
El senado rumano ha ultimado una ley por la que se obliga a los medios de comunicación a dar buenas noticias. La iniciativa se basa en estudios científicos sobre la influencia de la televisión en el pueblo. Si es cierto que hay una gran permeabilidad mental a los contenidos televisivos, el remedio lógico no sería manosearlos desde el poder sino educar al televidente en una cultura audiovisual que le hiciera menos influenciable, más sabio para detectar artimañas.
Al margen de la insolencia de la ley, de un estúpido ataque a la libertad de expresión, el primer problema técnico que presenta es intentar definir qué es una buena noticia. Está claro que, para los españoles, lo es que España gane la Eurocopa. Pero, ¿qué deberían hacer los periodistas rumanos cuando su selección no pasa a cuartos? ¿Darlo en un breve para no acongojar más al pueblo? Los periodistas rumanos se temen, razonablemente, que las buenas noticias sean aquellas que gustan a su Gobierno. Y eso contradice la definición más hermosa de noticia: aquello que alguien no quiere que se publique.
Precisamente, ayer, en Los Simpson (Antena 3), la niña, Lisa, se clasificaba en un concurso de redacción. Lo hacía con un texto complaciente sobre la democracia. Como tal finalista, llegaba invitada a Washington. Premonitoriamente, la organización la alojaba en el hotel Watergate, "la casa de Nixon". Allí, Lisa contempla a un congresista aceptando un suculento soborno para talar el parque nacional de Springfield. Tira a la basura lo que había escrito y se presenta con un texto sobre la corrupción política. Obviamente, no gana. Pero los guionistas, cautelosos, tranquilizan al telespectador norteamericano sobre su democracia: la denuncia de Lisa lleva al congresista a la cárcel. No era una buena noticia, no gustó en el concurso, pero el cabreo de Lisa, muy poco rumano, tiene consecuencias higiénicas, necesarias.
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