Unanimidad
Se puede ser un campeón a secas o un campeón solvente, incluso un campeón brillante o un campeón dudoso. Lo que resulta tremendamente difícil es ser un campeón unánime dentro y fuera de tu país. España ha sido el campeón unánime que pocas veces concede el juicio futbolístico. Su juego ha sido el mejor, el más lúcido, el más brillante y, sobre todo, en los momentos principales, es decir, a partir de los cuartos de final, cuando la exigencia y la presión es mayor. Baste recordar que España ha ganado sus tres últimos partidos sin recibir un solo gol y jugando al ataque. Eso da idea de su solvencia, puesta ayer de manifiesto en el momento culminante, en la gran final, ante una Alemania que, esté como esté, siempre resulta temible en las grandes citas.
España ganó la Eurocopa de 1964 |
Especial: ¡Campeones! |
La última final que jugó fue en 1984 |
Tan temible que intimidó en los primeros minutos del partido, cuando exhibió más determinación ante una España un tanto titubeante. Fue un espejismo cronológico, un levísimo apunte frente a la superioridad del equipo de Luis. Alemania es empuje, España es juego.
Pasado ese primer apunte, en cuanto España pudo superar la primera línea de presión de los alemanes, su juego empezó a lucir como acostumbra. Ése era el primer objetivo y España lo logró muy pronto. Hay que tener en cuenta que los dos equipos jugaban sin extremos clásicos, con jugadores de banda que se iban hacia adentro. Por allí circulaba el balón y por allí se producía el mayor tráfico de futbolistas. Quien mejor gestionase ese espacio iba a tener el partido casi en sus manos. Y eso es, entre otras cosas, lo que mejor hace España. Curiosamente, la presencia en la izquierda de Iniesta y la de Silva en la derecha, aparentemente antinatural, le funcionó muy bien.
El gol fue el premio a la mejor estrategia, al mejor juego de España y a la terrible fortaleza de Torres, a su potencia. Es verdad que Lahm estuvo blandito en la jugada, pero la dificultad era enorme y Torres la solventó en su mejor versión. Alemania se desequilibró tras el gol y vinieron más ocasiones que deberían haber ratificado un marcador más justo con el juego de la selección. Quizás eso fue lo único que se le negó a España en un torneo absolutamente redondo y culminado de la mejor manera posible.
Ver a Alemania jugando con Klose, con Mertesacker, con Kuranyi, todos arriba, era la diferencia natural entre dos estilos y dos niveles futbolísticos, amén de una invitación a nuestros bajitos para que enredasen como ellos saben hacer con un balón en los pies.
Gráficamente, la imagen era perfecta, aunque tratándose de Alemania y con una victoria mínima en el marcador, nadie vive tranquilo hasta que el árbitro pita el final. Cierto que España era mejor, que jugaba mejor, que creaba más ocasiones y de todos los colores, pero Alemania es la reina del suspense. Nada ocurrió porque no debía ocurrir. A la contra, España tuvo sus ocasiones finales para adornar un triunfo tan absoluto como merecido y unánime. Ocasiones que algunas de ellas no pudimos ver aquí, en Innsbruck, por culpa de la tormenta, que apagó unos minutos el televisor. Pero el fútbol seguía luciendo en Viena como un enérgico pero suave vendaval.
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