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Reportaje:

Sombras sobre el Tibidabo

La dirección del parque dice que éste no es un museo y defiende la montaña rusa

Àngels Piñol

"No sé cuántas veces habré subido a la actual montaña rusa del Tibidabo. ¡He llegado a dormir en una caravana aparcada dentro de ella! Y no me da pena que la desmonten. Creo que mi padre diría lo mismo. Todo tiene un principio y un fin. Supongo que hay que hacer una nueva porque es lo que gusta a los niños. El debate es otro: es saber en qué quieren convertir el parque". Elio Constanzo, obrador, de 58 años, rebusca en su memoria los recuerdos infantiles mientras elabora unas lasañas, en su tienda de Sant Gervasi, en Barcelona. Luigi, su padre, tenía en Italia una fábrica de turrón y vendía el dulce en las ferias como aquí se hacía con las manzanas acarameladas o el algodón de azúcar. Un feriante que le debía dinero quiso pagarle con una montaña rusa y Luigi aceptó: planeó venderla en Turquía a cambio de avellanas, pero un cambio político lo impidió y la atracción dio vueltas hasta que llegó al Tibidabo en 1962.

Los vecinos temen más acciones que desvirtúen la idea de parque infantil
"Todo parque que se precie necesita una atracción así", dice la directora

Instalada en la explanada del parque, la vieja montaña ve ahora cómo los operarios hacen un hueco a su sucesora en el vecino encinar único donde se han talado 34 encinas y trasplantado 22 a un vivero para regresar en un futuro. Desde el avión rojo, se observa el cráter en esa ladera soleada. Los vecinos lloran aún por los árboles talados y por la suerte de los trasplantados que, dicen, fueron cortados sin raíces. Y ven un futuro negro para los 200 que se han salvado porque convivirán con los 109 pilones de cemento de la nueva atracción.

"¡Esta montaña rusa es un montón de chatarra! ¡Era la atracción de un feriante! No es sostenible ¡Hace mucho ruido!", exclama Rosa Ortiz, directora del parque, mirando desde los ventanales de su despacho la atracción de Luigi Constanzo, que se antepone a las vistas sobre Barcelona. "Un parque que se precie debe tener una montaña en condiciones. La nueva no cabía ahí". Con pasión, Ortiz defiende que la nueva atracción era "imprescindible". Y Alfred Morales, gerente de Barcelona Serveis Municipals (BSM), de la que depende el Tibidabo, añade: "El Tivoli de Copenhague tiene cinco montañas, ¡cinco!".

La historia no es nueva. En 1920 el Tibidabo quiso comprar la atracción del Saturno Park, de la Ciutadella, y en 1934 la de la Arrabassada. Pero éstos son otros tiempos y la cuestión es si, con el cambio climático, era necesario pagar ese precio. La montaña, de 620 metros, con coches azules y rojos y que se fabrica en Holanda, busca exprimir la sensación de velocidad junto a los árboles (plantarán 190 más). BSM dice que es para niños, pero alcanzará puntas de 80 km / hora.

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Quica Graells, presidenta de la Asociación de Vecinos del Tibidabo, que ha reunido más de 35.000 firmas contra la tala, teme que la montaña sea un paso más para urbanizar la montaña. La oposición se ha pronunciado también en contra (CiU ha ido a los tribunales) mientras que el gobierno municipal ve absurdo el debate. Tras la quiebra de la sociedad en 2005, asumió la gestión del parque con una meta: como todas las empresas de BSM debía dar beneficios. "¿Cómo se justificaría que un Ayuntamiento sostuviera un parque deficitario? No puede ser un museo y debe atraer a niños y jóvenes. Hay que estimular que la gente siga viniendo", dice Ortiz.

El plan era salvar el parque, sanearlo y que fuera rentable. Y ha resultado: si en 2004 perdió 772.000 euros, en 2007 ganó un millón. Los ingresos se han duplicado y los visitantes no paran de crecer. Para ello, el parque alquiló en 2004 y 2005 la atracción Caída libre y en 2006 instaló el Péndulo. Según los vecinos, ya taló entonces 80 árboles, y meses después, 30 más para construir las nuevas taquillas. El Ayuntamiento aprobó entonces el Plan Especial del Tibidabo confirmando que algunas zonas eran urbanizables (el área de la montaña rusa, por ejemplo) y otras forestales. Ortiz dice que el parque está blindado, pero los vecinos recelan al desperdiciar la ocasión de declarar todo el parque zona verde.

La máquina no ha parado: en 2007 se inauguró el Dididabo, donde se ven películas en cuatro dimensiones, y el miércoles se inaugura el espacio Miramiralls junto al mítico salón de los espejos. Y se acaba de abrir definitivamente el Camí del Cel, que conduce al hotel Florida. Allí hay un nuevo pequeño teatro infantil y el edifici del cel, pintado de azul, donde se exhibe una película sobre la historia del Tibidabo. La entrada al parque vale 24 euros, pero ésta área es gratis. Se puede subir al avión rojo, el tiovivo o la atalaya comprando billetes sueltos.

La montaña rusa estará lista a fin de año y más allá se creará el Ingenium, un museo para niños que ocupará el actual edificio de oficinas. Graells explica que iba a instalarse en un nuevo edificio subterráneo. "Lo paramos, como la ampliación del aparcamiento", dice lamentando la suerte del encinar y denunciando que no pueden retratarlo porque les retiran las cámaras cuando suben al avión. BSM dice que eso es ciencia ficción.

¿Y el futuro? Ortiz dice que seguirán inventando para atraer al público preservando la montaña y potenciando el transporte público con más autobuses y el funicular, cuyo billete se descuenta del de la entrada general. "Nos visitan al año 600.000 personas: es el techo. El parque se regula solo", dice Ortiz. No todo el mundo lo ve igual porque las caravanas de coches llenan el Tibidabo los fines de semana. Y Graells apunta: "¿Por qué destrozar el bosque si ya da beneficios?". Mientras, el cim va lleno de rumores y sombras sobre su hipotética concesión del parque a una firma privada. Elio fue feliz de niño leyendo al Capitán Trueno en el Tibidabo y sabe, por experiencia, que la vida da tantas vueltas como una montaña rusa: llegó a Barcelona por el turrón, estudió Ciencias Políticas y es obrador. Pero tiene esta certeza: "El Tibidabo debe ser un parque para niños. Llevé a mis hijos y ellos a mis nietos. Otros intentaron otra cosa y no funcionó. Esa es la cuestión".

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