Cuando ya nada se espera
Poesía. Los poemas del primer Ángel González (Oviedo, 1925-Madrid, 2008), pertenecientes a Áspero mundo (1956), eran aplomados y severos, y en ellos apenas tenían sitio la ironía, los cosquilleos satíricos y la desautomatización de frases hechas, habituales en su escritura a partir de Sin esperanza, con convencimiento (1961). La aflicción civil o la ternura amorosa son marcas de su obra, pero la emoción explícita quedaba pudorosamente empañada por las distintas formas de humorismo. Los recursos irónicos y los juegos léxicos no hicieron sino crecer en su madurez -de Breves acotaciones para una biografía, 1971, a Prosemas o menos, 1985-, al punto de que llegaron a adquirir autonomía al margen de su función descongestionadora del patetismo primario, peligrosamente cerca del chiste verbal que se agota en sí mismo. A partir de Deixis en fantasma (1992), sin embargo, el humor se repliega mucho, y resulta ya casi imperceptible en Otoños y otras luces (2001), un espléndido libro de senectud que no cede en calidad a los mejores suyos.
Nada grave
Ángel González
Visor. Madrid, 2008
80 páginas. 15 euros
El ironismo atenuador, la manipulación de clichés lingüísticos o las antífrasis que alteran el sentido convencional de las palabras han desaparecido en el póstumo Nada grave, salvo precisamente en el título, último quiebro displicente del autor que pone entre paréntesis la tribulación que preside todo el volumen. Imposible no recordar aquí el desdeñoso remate de un pareado del 'Retrato' manuelmachadiano (El mal poema): "Lo demás
... Nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe... / Calaveradas, amoríos
... Nada grave". Basta, empero, asomarse a la dedicatoria para salir de dudas: "Sin ti la poesía / ya no me dice nada, / ya nada tengo que decirle a ella. / La única palabra / que entiendo y que pronuncio / es esta / que con todo mi amor hoy te dedico: / nada".
Las 28 breves composiciones de Nada grave -si contamos la dedicatoria como un poema más- están dominadas por el fracaso, la desesperanza, los detritos de la vida que fue. Un tercio de los poemas había sido publicado antes en Litoral (2002), en la antología artesanal Qué sabes tú de lo que fue mi vida (2006) y en El País Semanal (27 de octubre de 2007). Los demás son inéditos, coincidentes con los ya conocidos en la sentenciosidad proverbial del cantar neopopularista y en una congoja atronadora e irreversible. Es cierto que alguna vez espejea una nota luminosa e insurgente como contrapunto a tanta desesperanza; por ejemplo en 'Nunca', donde la estampa de una doncella preparada para el sacrificio "en el altar de un dios que reclama su sangre" remite, para rebatirla, a la leyenda de Ifigenia que refieren Homero y Eurípides (y siglos después Lucrecio), cuando su padre Agamenón pretende, al inmolarla, atraer los vientos divinos para la flota aquea en Áulide, antes de zarpar contra Troya; o al bíblico Isaac ante el cuchillo de Abraham. Pero la invocación a la vida es aplastada inmisericordemente por la amargura asoladora del conjunto, en ese punto en que el miedo preternatural desaparece, cuando ya nada se espera, ante la escombrera de la desolación. Así se expresa en 'La ambigüedad de la catástrofe': "Lo había perdido todo: / amor, familia, bienes, esperanzas. / Y se decía casi sin tristeza: / ¿no es hermoso, por fin, vivir sin miedo?"
Algunos lectores de poesía aceptamos con reservas las rebañaduras literarias consistentes en presentar como libros compactos sobras o restos de poetas, una vez que, muertos ellos, son sus herederos y albaceas bienintencionados los que deciden sobre su publicación. En este orden de cosas, Nada grave es mucho más que una colección de poemas circunstanciales. Se trata de un compendio unitario por razón del tono y del tema, aunque no artísticamente rematado, lo que nos hace dudar sobre si el autor fue remiso a editar este volumen en curso sólo por cuestiones de pertinencia, dado su feroz pesimismo, o intervino también su inseguridad respecto al resultado. Pocas veces estos poemas, algunos de los cuales con aspecto de borradores o esbozos que hubieran requerido acaso un desarrollo ulterior, alcanzan la definición estética que sí tienen los de Otoños y otras luces. Ello no obstante, hasta en sus momentos más discutibles consiguen estas composiciones, escuetas y sombrías, el propósito irrenunciable de la poesía de siempre: remover los cimientos de quien se adentra en su lectura. -
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