El obispo dormido
Debe de rondarme algún gen suelto del Baix Empordà. Dice Pla que para los nativos de L'Empordanet -así nombra él a la comarca- el macizo del Montgrí constituye una "fixació obsessionant", mientras que para los vecinos del otro lado, los del Alt Empordà, no es más que un telón de fondo en el que suelen reparar poco. Confieso que mi aspiración al Montgrí data de cuando descubrí su perfil antropomórfico, es decir, "la siesta del obispo": si se observa a cierta distancia desde el interior en dirección al mar, la cresta rocosa traza el perfil de un obispo estirado, tocado con mitra, de generosa papada y con las manos cruzadas sobre el abultado estómago, bien a la vista el anillo que simboliza su poder (el castillo de Montgrí, precisamente). Desde ahí la sotana se aplana hasta los promontorios de L'Estartit, que serían los pies. A las islas Medes les queda reservado el humilde papel de zapatillas del durmiente.
Desde que descubrí esa historia, siempre quise subir a besarle el anillo al obispo y a disfrutar de una vista que intuía espectacular desde la base del monte. La ocasión se me presentó el pasado sábado, cuando un fotógrafo amigo me propuso acompañarle. Coincidía con el solsticio, una bonita forma de dar la bienvenida al verano.
Emprendimos la subida a eso de las nueve de la noche, pues mi amigo buscaba el crepúsculo para su instantánea. En todas las guías, el sendero, señalizado con trazos blancos y rojos, aparece como de dificultad baja. Lo es, pero hay zonas de piedra suelta en las que fácilmente se pierde pie. El camino pasa junto a tres capillas vacías o refugios, dicen que del siglo XVII, y llega hasta el Coll de la Creu, desde donde se divisa la ermita de Santa Caterina y la playa de Pals. Estamos sobre el mismo cuello del obispo. A Poniente queda la montaña de Ullà (la cabeza, 309 metros) y hacia Levante, el Montgrí (el abdomen, 303 metros). El último tramo hasta el castillo te hace sudar la gota gorda -la piedra conservaba la insolación de todo el día-, pero el esfuerzo se ve recompensado por el panorama, dominado por el imponente castillo almenado del siglo XIII. Por cierto, la fortaleza no llegó a entrar en servicio: el pacto entre la corona catalano-aragonesa y el condado de Empúries paralizó las obras, que ya no se reanudaron. Dice Pla que este paisaje, concreto como ninguno, propicia el pacto.
Esperamos a que se encendiera el faro de las Medes, tres destellos seguidos y uno aislado por 11 segundos de fundido a negro. Luego rodeamos la fortaleza y sobre las once, emprendimos el regreso. Las linternas se reflejaban en los cristales de cuarzo aprisionados en la piedra calcárea. Por encima, las estrellas, brillantísimas, observaban circunspectas el corpachón dormido. La luna aún no había hecho acto de presencia: surgiría más tarde, rojiza, sobre el mar.
En Torroella tuvimos tiempo de acercarnos a la fiesta del barrio de Fora Portal, a comer un trozo de coca de Sant Joan. La orquesta La Blanes animaba al personal con bailes agarraos. Nos fuimos a dormir al Molí del Mig, un hotel estupendo de las afueras, abierto hace año y medio. A esa hora, el macizo del Montgrí se había hundido en la noche.
"És igual. En el subjacent de la nostra vida física, hi portem dibuixat el perfil d'aquestes muntanyes arcaiques, mortes, sense reacció possible, elefantisíaques, geològicament parlant. Són muntanyes que no ens fan gens de por, que ens inspiren confiança, i per això mateix és com si no existissin per nosaltres". Ya sé que citar a Pla es un tanto socorrido, pero es que el párrafo venía como anillo al dedo del obispo (al que por cierto el escritor no alude). Además, introduce una duda razonable: ¿sestea el obispo o está muerto? Es igual.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.