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Columna
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Síntomas del final

No hay comentarista que se precie que haya dejado pasar en estos días los eufemismos, neologismos, equívocos y hechos perversamente definidos por los poderes que nos dominan para opinar con preocupación sobre ellos. Casi todos estos comentarios han acabado por referirse inevitablemente a Humpty Dumpty, el sincero e impagable personaje de Lewis Carroll que confiesa a la ingenua Alicia con todo impudor, para que todos lo entendamos, que lo importante en esto de inventar palabras no es el significado de las mismas, sino demostrar quién es el que manda. A la hora de inventar palabras o cambiar el significado a las que ya existían los nazis fueron los maestros. Que de repente seamos tan conscientes de este hecho puede ser porque nos estén intentando vender de una forma abusiva mercancía averiada, demasiadas cosas que no son lo que dicen que son. Es decir, que vamos espabilando y empezamos distinguir lo que nos dicen de lo que realmente es.

Los primeros que saben que esto se acaba son los que nos llaman a decidir nuestro futuro

Desde hace años, Emilio Guevara no se cansa de repetir que si los nacionalistas quieren superar el Estatuto es porque éste tuvo éxito, que ya ha ofrecido todo y más. No que esté muerto, es que no se conforman con lo que el Estatuto les ha dado, seamos claros. Ya decidimos nuestro futuro con él. Lo que quieren es cambiar el futuro de forma unilateral y confusa, mediante la más oscura formulación de consulta que hayan conocido los tiempos. Pero también esta nueva generación prepotente y poco forjada en la responsabilidad quiere que cambiemos el tiempo, que consideremos agotado todo el pasado, pues, un poco egoísta también, desea garantizarse un futuro sin ningún adversario que provenga de él. Si nos independizamos, el nacionalismo no tendrá oposición -es lo que creen temerariamente-, fórmula amable de acceder al totalitarismo declamando paradójicamente la libertad de decidir nuestro futuro.

Prueba de que esto se agota y llega a su final son otras medidas a la desesperada que el tripartito nacionalista va a impulsar. A pesar de que Patxi Baztarrika manifiesta con toda razón que las medidas de normalización del euskera deben basarse en la adhesión, y a pesar de los datos conocidos -que hoy sabe mucha más gente euskera, pero lo hablan muchos menos, es decir, que tiene una utilidad y prestigio social en declive-, sus dirigentes del tripartito van a impulsar a la desesperada el euskera como idioma "principal", es decir, prácticamente sólo euskera en el sistema educativo no universitario. Descubrimos otros gestos de imposición a la desesperada, con el fin de demostrar quién es el que manda, para que en ese futuro que se nos brinda no dudemos sobre quién debe seguir también mandando.

Y, para acabar, algo que, a pesar de su eufemístico nombre anunciado, "Ley de Atención de Víctimas de la Violencia con Motivación Política", que busca equiparar los errores o abusos policiales con los asesinatos terroristas, ha sido denominado con todo su descarnada naturaleza por Maixabel Lasa, viuda de Juan Mari Jáuregui, como una "grosería", o por Natividad Rodríguez, viuda de Fernando Buesa, como "una humillación" para las víctimas del terrorismo. Todo esto, tanta medida impuesta, a pesar de usar términos atractivos, está anunciando que si queremos convivir en paz hará falta un cambio de poder y no habrá eufemismos, equívocos o cambios de contenido semántico que ya lo impidan. Los primeros que saben que esto se acaba son los que nos llaman a decidir nuestro futuro, para que no cambie la relación de poder, con el fin de que vaya a mejor para siempre el de ellos. ¡Generosos!

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