El nieto arquitecto de Macià exhibe sus pinturas en Barcelona
Emigró cuando era tan sólo un adolescente. En México, donde se estableció, se convirtió en arquitecto y pintor de éxito, pero cuando volvió a su Cataluña natal, encontró un país muy distinto al que había abandonado, donde se sentía sólo y desplazado. La historia es parecida a la de muchos exiliados, víctimas del odio de la Guerra Civil, pero el protagonista lleva un apellido célebre. Se trata de Antoni Peyrí i Macià, nieto del presidente de la Generalitat Francesc Macià, cuyas obras se exhiben en la Pía Almoina, sede del Museo Diocesano de Barcelona, hasta el 29 de junio, en el marco de la retrospectiva Un artista transterrat.
La exposición -"un homenaje a todos los exiliados", según el comisario Jaume Canyameres- reúne un centenar de obras que recorren toda su trayectoria, a través de las diversas series que trabajó desde finales de la década de 1950 hasta la actualidad. "No quiero definir mis obras, el arte es un misterio y no una receta. Las han definido realistas, abstractas y oníricas, según las épocas. He intentado mantenerme receptivo al entorno, pero un artista debe fidelidad ante todo a su mundo interior, y esto explica las variaciones estilísticas y formales sobre el mismo tema", explicó Peyrí, que dedica la exposición a su abuelo en el 75º aniversario de su muerte.
En México se le considera uno de los principales representantes de la pintura abstracta contemporánea. Sin embargo, jamás se ganó la vida con la pintura y ejerció como docente universitario y arquitecto hasta 1980, cuando se dedicó enteramente a esta última profesión. En América firmó varios edificios de vanguardia, incluido el Palacio de los Deportes, que se construyó para los Juegos Olímpicos de 1968.Hijo del dermatólogo Antoni Peyrí y de Josefina Macià, con sólo 15 años se fue con su padre a Venezuela, para investigar un brote de lepra en la zona del Orinoco. Aquel viaje de tres meses por territorios vírgenes y la posterior llegada a México dieron un vuelco a su vida y a su forma de ver el mundo. "Aquella naturaleza desbocada, ajena a la acción coercitiva del hombre fue como una inyección de libertad", recordó. Tras toda una vida al calor del Trópico, la vuelta a Cataluña en 1990 fue más dura de lo previsto. "Humanamente no me costó reintegrarme", afirma, "pero me sentía desplazado y fuera de lugar en un mundo demasiado hecho y cerrado en sí mismo".
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