"AQUÍ SE VENDE TODO"
A PRIMERA vista, y a cierta distancia, parece un retrato del Che como cualquier otro basado en la inmortal fotografía de Korda. Resalta, eso sí, la estrella amarilla de su gorra sobre el fondo rojo del cuadro, algo que parece comprensible en una obra china. Sin embargo, una mirada más cercana depara una sorpresa. En realidad, la silueta del revolucionario argentino está formada por una caótica masa de parejas sonrientes practicando sexo en tantas posturas diferentes que parece una representación del Kama Sutra. Estos dos elementos, sin conexión evidente entre sí, forman parte del irreverente universo de Lee Pei (Urumqi, 1978), la tercera de tres niñas de una pareja rota. "Quiero que mis lienzos griten. Mostrar la represión que he vivido en la infancia, las decepciones en mi vida sexual, y la revolución que ha representado para mí encontrar el amor". Esta joven de la provincia de Xinjiang es uno de los valores en alza de la nueva escena del arte contemporáneo en China, que vive una transformación tan profunda como la que imprimió la Revolución Cultural de Mao. Pero, esta vez, su sentido es el opuesto.
El exorbitante crecimiento económico del Gran Dragón, el ansia de su población por adquirir productos que garanticen la rentabilidad de la inversión, el interés por China en el mundo, y la continua apertura ideológica del país, han propiciado el nacimiento de una generación de artistas que tienen poco que ver con lo bohemio. Conducen deportivos, se dejan ver en discotecas y lugares fashion de las grandes ciudades, y alquilan estudios en los que se podría jugar un partido de fútbol. En su arte han hecho borrón y cuenta nueva para plasmar, sin complejos, su visión de la nueva superpotencia. Adiós al arte propagandístico de corte soviético, adiós a los etéreos paisajes en tinta china y sobre papel de arroz. Es hora de experimentar con nuevos materiales y formas, con ideas rompedoras y provocativas.
Pero la pregunta del millón es si realmente la población china, y los compradores de arte, entienden las obras y saben diferenciar entre un gran reserva del 83 y un Don Simón de tetrabrik. "En absoluto". Lee Pei, enfundada en un atrevido qipao (traje tradicional chino) de cochecitos, es rotunda. "La mayoría de los compradores son extranjeros, y los de nacionalidad china sólo buscan rentabilidad, invertir sus ingentes sumas de dinero".
Judas Arrieta (Hondarribia, 1971), uno de los pocos españoles que ha decidido establecer su estudio en Pekín, pone un ejemplo gráfico. "Si un chino entra en una galería para comprar un cuadro, preguntará cuánto cuesta cada uno y se llevará el más caro". Según Pei, "eso lleva a que muchos artistas creen lo que demanda el mercado y no lo que realmente desearían". Liu Fei (Nanjing, 1964) achaca esta tendencia a la falta de madurez del público. "Nuestro país ha crecido artísticamente a saltos, y no con una trayectoria más o menos lineal, como en Europa. Se puede decir que pasamos directamente del arte tradicional de paisajes y caligrafía al arte propagandístico comunista y, de ahí, a la abstracción y el arte contemporáneo. Es difícil adaptarse a estos cambios".
El año pasado, un cuadro del pintor simbolista Zhang Xiaogang destrozó todos los récords de China al ser adquirido en la casa de subastas Sotheby's por más de dos millones de dólares. Sin ir tan lejos, cualquier obra de los 10 artistas entrevistados por EP3 para la elaboración de este reportaje tiene un precio mínimo de unos 4.000 euros, que puede llegar mucho más lejos dependiendo del tamaño, y casi todos ellos tienen vendidas sus creaciones antes de manchar el lienzo. Prueba de que el arte chino está de moda. Tan es así que, como apunta Judas Arrieta, "con esos precios es imposible exponer en España. Los españoles no tenemos tanto dinero". Sin embargo, la explosión económica en China ha ido de la mano del nacimiento de una gran masa acrítica de nuevos ricos ávidos de inversiones muy rentables. El arte contemporáneo se ha convertido en una de ellas.
Gracias a ello, Wang Zhiping (Handan, 1963) ha ido aumentando progresivamente el tamaño de sus esculturas, bebés inspirados en su propio hijo. Se ha comprado "un cochazo" y un luminoso piso en el tercer anillo de Pekín, y disfruta de la vida propia de cualquier empresario. "Al principio sólo se vendían cuadros, porque su almacenamiento es más fácil y se pueden transportar si hay que salir corriendo. Con una sociedad estable y sin la amenaza de guerra, el mercado de la escultura también vive un auge sin precedentes. Se vende absolutamente todo".
Esta bonanza económica, de la mano de la apertura al exterior de China, ha llevado libertad a lienzos y moldes. Se acabaron los tabúes. Es hora de quitarse la mordaza. Pero sólo hasta cierto punto. Las alegres parejitas folladoras de Lee Pei han demostrado que la nueva China todavía esconde muchos elementos de la vieja China. "Cuando mostré la serie que llamamos sexy en Shanghai, agentes del Servicio de Seguridad Pública irrumpieron en la exposición, me acusaron de extender la pornografía (que está prohibida en China) y descolgaron los cuadros". Desde entonces, Pei no se sacude el miedo del cuerpo. "Temo ser arrestada, por eso prefiero que mis obras de corte sexual o crítico no se exhiban en China. Creo que la sociedad aún no está preparada". Quizá en parte por eso, y después de varios encontronazos sentimentales con hombres chinos, se haya decantado por una pareja española.
Sin duda, la censura flota en el aire. Aunque siete de los 10 artistas entrevistados aseguran sentirse libres a la hora de crear, todos reconocen que todavía existen límites. La política es un hueso duro de roer, y el Partido Comunista tiene inmunidad permanente, aunque sus símbolos ya aparecen en muchas sátiras. "Pero las fronteras las llevamos asimiladas de serie, y lo que predomina es la autocensura", comenta Chen Fei (Maoming, 1972), cuya obra más reciente roza el límite de lo permisible. Son lienzos gigantes, que tiene que pintar ayudado de una grúa, poblados por seres lejanamente humanos, obesos, cuya carne aparece desgarrada. De las heridas manan todo tipo de objetos de deseo en la China consumista: joyas, cosméticos, y hasta coches de lujo. Son cuadros difíciles de mirar. Una crítica al giro que ha dado el país. "Cuando nací, China era un país marxista, con la comunidad como base. En tres décadas nos hemos convertido en individuos materialistas y egoístas. La transición quizá haya sido beneficiosa para el país en general, pero ha dañado gravemente a las personas, y eso es lo que trato de mostrar".
Zeng Hao (Luzhou, 1967), que nos recibe en un anárquico estudio de las afueras de Pekín, donde se concentra el olor a óleo en este país, también tiene el capitalismo exacerbado de la China del siglo XXI clavado en su obra. Y, para más inri, va de la mano del sexo, con el que quiere "mostrar lo superficial de la sociedad actual". Las suyas son escenas en las que aparece el tradicional Dios de la puerta chino acompañado de exuberantes mujeres desnudas con las que mantiene relaciones sexuales. Lo curioso es que ambas figuras aparecen en texturas de plástico, con formas de globo y con colores chillones de neón. "Los artistas debemos mostrar lo que más nos choca de nuestra época. En China, evidentemente, son los gigantescos cambios sufridos por una sociedad que no tiene tiempo de asimilarlos. Mis figuras son de plástico porque asocio el material a un solo uso, y son como globos porque me parecen volátiles y frágiles".
Esa crítica social se reproduce en infinidad de autores y estilos. Zhou Tao (Shanghai, 1981), por ejemplo, combina su trabajo en el diario Shanghai Daily con los pinceles, y echa mano de La divina comedia de Dante para mostrar en sus obras de corte cómic un infierno muy peculiar, en el que aparecen figuras como la del payaso de McDonald's, el rostro del creador de Kentucky Fried Chicken (KFC) o conocidos personajes de los videojuegos. "Elementos que están minando la juventud china". Por si fuera poco, también condena al fuego eterno a gente famosa del país que considera especialmente dañina. A más de uno no le ha hecho mucha gracia aparecer retratado en sus lienzos.
A pesar de que han pasado casi 30 años desde la muerte del Gran Timonel, la figura de Mao sigue siendo de gran importancia en China. Pero su uso está restringido. Lo ha comprobado en carne propia Judas Arrieta, cuya obra bebe directamente de las fuentes de las culturas japonesa y china. Su meta, asegura, es convertirse en un artista chino, "y para eso necesito retratar al gran líder". Sin embargo, su obra Mickey Mao fue retirada de varias exposiciones, y Arrieta recibió una orden expresa de no volver a utilizar la figura del gobernante chino.
Su respuesta ha sido la serie de dibujos turistas, en las que se retrata a sí mismo bajo los rasgos inconfundibles de relevantes figuras políticas de China. Entre ellas, el propio Mao. Su insumisión, considera el artista vasco, es algo que un chino no haría. "No podemos tratar de juzgar con nuestros ojos lo que sucede aquí. Términos como libertad o derechos humanos tienen otra dimensión, y son pocos los que se consideran realmente oprimidos. Mientras tengan dinero y familia, estarán contentos". Eso sí, no entiende por qué su retrato de Mao fue censurado, "cuando se ha convertido en un puro símbolo de marketing que se imprime en mecheros, camisetas y cualquier cacharro que se pueda vender".
En cualquier caso, como reconoce Wang Wen-Sheng (Handan, 1963) mientras degusta tranquilamente su tercera cerveza Tsingtao en una taberna irlandesa de un barrio chic de la capital, el Gobierno ha abierto el puño "consciente de que cuanta mayor libertad haya menor será la necesidad de rebelarse contra el sistema". Pero Sheng, uno de los pintores más reputados de su generación, que creció "con el arte como vehículo de propaganda política", cree que debe haber ciertas normas. "Nosotros tenemos mayor sentimiento de responsabilidad que los de la última generación. Los jóvenes están atrapados por un exceso de libertad, presos de crear algo nuevo e impactante pero, sobre todo, polémico. Pero nuevo no significa bueno. El arte contemporáneo en China vive ahora un boom, pero sólo quedarán unos pocos cuando pase la fiebre".
"El problema está en el exceso de pragmatismo de los autores chinos", comenta Anne-Laure Fournier, codirectora del 1918 Art Space de Shanghai, una amplia galería construida en una antigua fábrica del centro de la ciudad, que basa su selección más en la calidad que en las apetencias del mercado, "algo raro en este país". Según esta joven emprendedora francesa, la nueva generación de artistas chinos, como espejo de la sociedad que son, "quiere progresar muy rápido, hacer grandes sumas de dinero, y por eso tienden a dejarse llevar por corrientes de éxito. Por ejemplo, si un joven busca la fama con ahínco, y la consigue con un estilo, es muy posible que ya no lo cambie en su vida, que no pruebe cosas nuevas".
Luo Hui (Cantón, 1973) está completamente de acuerdo. "La educación en China es muy estricta y lleva a la uniformidad". Por eso, en sus obras, generalmente retratos con estética de dibujo animado, Hui quiere reivindicar el valor de la individualidad. "Utilizo la soledad y la tristeza que provoca el ser diferente en China, una de las razones por las que existe tal escasez de ideas innovadoras. Buscamos el bienestar material, y la calidad del arte pasa a un segundo plano".
Gao Feng (Urumqi, 1975) y Xiao Min (Hangzhou, 1976) prefieren buscar lo nuevo echando la mirada atrás. No están relacionados entre sí, pero sus obras comparten elementos clave. Esencialmente, la innovación en lo tradicional. Min utiliza papel de arroz y tinta china, materiales clásicos de la pintura y la caligrafía chinas, para representar escenas de las megaciudades chinas actuales. Paisajes sucios e industriales basados en las reglas estéticas de los dibujos de hace siglos.
Feng, sin embargo, prefiere darle la vuelta al binomio e introducir elementos modernos en escenas costumbristas de dinastías pretéritas. Así, lo que a distancia perfectamente podrían ser grabados de la Ciudad Prohibida, resultan de cerca escenas futuristas en las que los personajes son seres microscópicos ampliados para hacer el papel de seres humanos. Garrapatas vestidas con sedas principescas o microbios que sirven de mascota a espermatozoides gigantes convertidos en emperadores. "Una sátira de la realeza que pocos entienden".
No le importa. Pasa del mercado y de las tendencias. Ya tuvo su época rebelde en la que hacía performances rupturistas desnudo que le llevaron alguna que otra vez a la comisaría. En aquel entonces su obra maestra consistió en lavarse los dientes con una curiosa pasta de dientes que produjo con 200 mililitros de su semen y un tubo de su sangre. Ahora se refugia tras el ocular del microscopio que guarda en la oscuridad de su estudio, cuyas paredes aparecen llenas de fotografías de bichos que rara vez llegan al milímetro de tamaño. Si la inspiración no llega con las bacterias, una botella de Jack Daniel's aguarda en un cajón.
Liu Fei también busca en el pasado inspiración para modelar el arte del futuro. Sus modelos combinan inocencia y violencia, el pasado de sus trajes de colegiala estilo años treinta y las armas automáticas de hoy con las que apuntan al espectador. No hay dónde esconderse. Sus cuadros provocan escalofríos. El desasosiego se ve acentuado por esos labios carnosos, impropios de la raza china, y ese carmín rojo sangre contra el blanco y negro del resto de la composición. Y los dientes bien visibles, algo poco habitual en las expresiones asiáticas. Y esas cabezas rapadas. Sin embargo, el resultado final no resulta amenazante, sino jovial. Algo no concuerda. O quizá simplemente sea la plasmación en óleo y sobre lienzo de la contradicción china.
![El artista Gao Feng introduce elementos modernos en escenas costumbristas de dinastías pretéritas. "Una sátira a la realeza que pocos entienden", explica.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/2AOZJH75IIAQRDFHSPWNWFPV7E.jpg?auth=d412bad1478b0730d3394ba3bc154518b51ee4b2621eb40a0be8d5f954ac3895&width=414)
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