Barcelona-Bilbao-Barcelona
Iñaki Ezkerra me ha dedicado su nuevo libro de versos, un libro titulado con un verso de Borges, y como ayer se celebraba su publicación con una mesa redonda en una librería de Bilbao, allá me fui volando. Ha tardado mucho tiempo en publicarse A tu lado en Islandia, ya que si no recuerdo mal el autor me dio a leer el manuscrito, o una primera versión de los versos, ya en el año 2001, cuando estuvo en Barcelona con motivo de algún episodio de la lucha política y ética que sostiene desde hace años, y que últimamente le ha llevado a presidir el Foro de Ermua. Desde entonces ha ido publicando otros libros, pero no de ficción o poesía, sino contra los mitos del Movimiento Nacional vasco, además de innumerables artículos, en El Correo y en La Razón, en el mismo sentido. Así pues, ayer volé a Bilbao, asistí al acto de presentación en la FNAC de la Alameda de Urquijo, charlé un rato con el historiador García de Cortázar, y conocí, entre otros, al presidente del PP de Vizcaya, Antonio Basagoiti, un sujeto lúcido, sensato, desenfadado, al que los asesinos ya le han hecho seguimientos, afortunadamente detectados a tiempo... En el debate posterior al acto de presentación, una señora del público elogió a Ezkerra sus escritos: "Aunque no estoy siempre de acuerdo con lo que dicen, me hacen pensar, y algunos son muy divertidos"; pero le reprochó que se mofe también, con excesiva frecuencia, "de nuestras raíces, de nuestra identidad. Eso no está bien. Piense usted que eso, a muchos nos hiere", dijo. Al oír su intervención, el público rebulló inquieto en las sillas, se oyó un rumor general de disgusto, y otra señora, exclamando consternada, "aquí los que podemos hablar de heridas somos otros", se levantó y se fue, yo creo que reteniendo el llanto.
Iñaki respondió que el humor, precisamente, está para reírse de lo más sagrado, empezando por la muerte -el llamado humor negro-, y luego de Dios, de la revolución, en fin, todas las grandes palabras con mayúscula son las dianas básicas del humor. "¿Y si nos reímos de eso, cómo no nos vamos a reír de Ibarretxe? ¿O de las raíces, que también se pretenden sagradas como Dios? Cuando los seres humanos no somos árboles, lo que nos caracteriza no son las raíces, sino precisamente la capacidad de volar".
Acabado el acto nos fuimos a tomar algo en una terraza de la plaza de los Jardines de Albia, ahora infamada con una estatua de Arana, pero aun así tan agradable, con sus palmeras y su cielo gris y mojado como acuarela. Si te fijabas, aquí y allá veías a unos hombres que miraban de reojo a todas partes, ángeles guardianes. Pensé que a Ezkerra, en el futuro, dentro de 50 años quizá, le pondrán también una estatua, una de esas estatuas de metal o piedra provincianas, y en la peana se le recordará como poeta bilbaíno por haber descubierto para la poesía, descrito, cantado, celebrado y eternizado el paisaje de ruina posindustrial de la ría, una y otra vez, en los sonetos de Otra ribera; es un paisaje que ya no existe más que en la memoria de esos versos, pues ahora todas las "rúas de cieno y oligisto y matorrales roñosos y tapias y grúas marchitas que fabulan la tristeza", que exaltan como paisaje mental y como una perversa variedad de la belleza, han sido convertidas en jardines y bloques de pisos más o menos anodinos y confortables.
Luego me fui a dormir.
En ese año de 2001 di noticia en esta misma página de aquella visita de Ezkerra a Barcelona, y de qué ligero se sentía, casi levitante, al poder pasear por nuestro Ensanche sin vigilancia... También escribí y ahora lo repito que para mí es uno de nuestros mejores poetas; un "poeta de la experiencia", o de la memoria, pero no lánguido como suelen ser, esos poetas que abren el armario, ven colgada la corbata y les entra la melancolía porque una corbata les recuerda su juventud, o contemplan la gabardina arrugada colgada de la percha como una piel de recambio y dicen que la vida nos arruga a todos y todo lo arruga... No, en este libro el poeta vuelve a los años y a los sueños de la infancia ("¿cómo recuerdas tantas cosas de los años escolares?", le pregunté ayer, y respondió, con razón: "Todo lo importante sucedió en el colegio") y vuelve a los primeros amoríos juveniles para poner en solfa, con humor deconstructivo, la tramoya que sustenta aquellos sueños y aquellas primeras experiencias turbadoras. La suya es una experiencia que no puede dejar de contemplarse fascinada, y simultáneamente de descreerse. Se dirá que eso nos pasa a casi todos. Pero ahí está en verso.
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