Sonrisas
Los poderosos están condenados a pasarse la vida viendo dentaduras. A fin de cuentas el éxito no es más que eso: contemplar cómo te sonríe todo el mundo y no cesa nunca de enseñarte las muelas. Hay sonrisas de conejo que sólo muestran tímidamente los dientes incisivos; otras ponen al descubierto también los caninos; otras llegan hasta los premolares y finalmente, cuando el subordinado se entrega por completo al poderoso, le descubre las treinta y dos piezas dentales incluyendo las prótesis, los puentes, las encías, el paladar y la campanilla que baila en el fondo del gaznate. Desde que se levanta hasta que se acuesta, el poderoso no hace sino generar alrededor sonrisas de sumisión, de gratitud, de interés, de codicia o de traición. Sólo los muy resabiados aciertan a distinguir a simple vista qué clase de pasión se esconde detrás de cada dentadura abierta, lo mismo que el dentista adivina enseguida la muela averiada con sólo pasar un espejo por el interior de la boca. Cualquier mortal nace entre sonrisas, pero a medida que crece, aquellas que recibió de niño en la cuna de forma gratuita, debidas al amor de la familia, comienzan a apagarse y a determinada edad desaparecen del todo. Hay gente con mala fortuna que a lo largo de su vida sólo verá los colmillos del jefe cuando le gruña como un mastín; en cambio, algunos privilegiados serán recibidos con una rueda de dentaduras resplandecientes a dondequiera que vayan, algo que sucederá ineludiblemente mientras tengan éxito o poder. Aquí radica el nudo de la cuestión. Los grandes artistas arden en la hoguera de la propia vanidad y las sonrisas sirven para avivar las llamas. Los banqueros han aprendido por instinto a conocer a los tiburones y cocodrilos que se acercan sonriendo a su despacho. Son de la misma especie y saben cómo defenderse. Pero no ocurre lo mismo con los líderes políticos, que en este sentido son seres indefensos. En el poder o en la oposición están condenados a contemplar a su alrededor más dentaduras que un dentista y al final corren el riesgo de no saber distinguir las auténticas de las postizas. Un político inteligente es aquel que desde el primer momento descubre la sonrisa que desarrollará los colmillos de Drácula a la espera morderle la yugular un día.
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