Buen nombre, mala idea
¿Estaría usted de acuerdo con que se formara una alianza mundial de naciones democráticas? Al club sólo serían admitidos países democráticos que se comprometieran a no usar la fuerza para dirimir conflictos entre sí. Además, esta alianza de democracias también podría actuar en concierto para influir sobre países que no son miembros del club, para que abandonen prácticas peligrosas o aborrecibles. Parar la construcción de bombas atómicas en Irán, el genocidio en Darfur (Sudán) o la represión en Myanmar son ejemplos del tipo de objetivos que podría perseguir este grupo. También podría coordinarse para actuar contra el cambio climático o el terrorismo. ¿Suena bien, verdad? Lástima que sea una mala idea.
La primera dificultad es decidir qué países pueden entrar en el club de las democracias
Esta idea no sólo tiene un buen nombre -oponerse a una alianza de democracias produce la misma sensación que estar en contra de una asociación de madres- sino que también tiene importantes padrinos. El más antiguo es Emmanuel Kant, quien en 1795 propuso que para alcanzar lo que llamó "paz perpetua" era necesario un acuerdo entre "republicas" (en esa época la democracia no estaba muy de moda).
El más reciente de los promotores de esto es John McCain, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos: "Necesitamos un nuevo acuerdo global, una liga de democracias, que pueda movilizar el gran poder de las más de 100 naciones democráticas del mundo con el fin de promover nuestros valores y defender nuestros intereses comunes". Importantes figuras del Partido Demócrata también apoyan la idea. Asesores de Barack Obama la han propuesto y a Madeleine Albright, importante asesora de Hillary Clinton, también le gusta la idea. Tanto que en 1999, como secretaria de Estado, anunció que su prioridad era crear una comunidad global de democracias. Y lo hizo. En 2000 presidió en Varsovia una reunión de 106 países que oficializó la creación de la Comunidad de Democracias. Un primer indicio de que la idea es algo problemática es que ocho años después, el mundo aún no parece haberse enterado de que el club de democracias ya existe.
La Comunidad de Democracias obviamente ha sido más efectiva como foro de discusión que como agente de influencia. Y es que no debe ser fácil poner de acuerdo a los 106 países que integran esta organización. Más aun cuando la comunidad incluye democracias tan ejemplares como las de Egipto, Rusia o Yemen. También hay que reconocer que en los últimos ocho años Estados Unidos no ha tenido un Gobierno particularmente interesado en coordinar sus decisiones (guerra de Irak) en al ámbito internacional con otros países.
Es en parte como reacción al unilateralismo del Gobierno de George W. Bush, que en ciertos círculos tanto conservadores como liberales de Estados Unidos ha renacido el entusiasmo para crear (o re-crear) una liga de naciones democráticas. Quienes no están tan entusiasmados con la idea son las otras grandes democracias del mundo. Ni India, ni Brasil ni Suráfrica, por ejemplo, han mostrado gran interés por el tema. Como escribe el ex diplomático inglés, David Hannay: "¿Se le ha ocurrido a alguno de los promotores de la liga de democracias preguntar a los indios o a los brasileños que piensan de la idea? La repuesta que obtendrían estaría entre la cautela y el rechazo".
Hay muchas razones para no entusiasmarse con la idea. La primera es la dificultad de decidir qué países pueden ser miembros del club. ¿Es Rusia una democracia? ¿Y quién lo decide? Otro problema que tendría un grupo como este es la presunción de que el sistema político de una nación define su política exterior. Esta es la teoría de la paz democrática, según la cual las democracias no inician guerras. Pregúntenle a George Bush.
Otra débil premisa es que los países democráticos tienen más intereses en común con otras democracias que con dictaduras. Esto no es así. La China no democrática comparte muchos intereses con las grandes democracias del mundo y sabemos que ningún gran problema global puede ser eficazmente enfrentado sin la activa participación de China.
¿Pueden las tensiones con el mundo islámico ser aliviadas sin la intensa concertación con países árabes no democráticos? ¿Puede la crisis energética ser frenada sin la colaboración de las monarquías y las dictaduras que más petróleo tienen? Claro que no.
Una liga de democracias que logre coordinar sus actuaciones puede además tener efectos contraproducentes. Como por ejemplo, forzar al creciente número de países no democráticos, o con democracias que son sólo aparentes, a trabajar en bloque para contrarrestar las iniciativas del club de democracias. En fin, no es una buena idea
Qué lastima que un nombre tan bueno como el de alianza de democracias tenga implicaciones tan defectuosas.
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