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Columna
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La izquierda en Mayo

Antonio Elorza

¿Qué queda de Mayo de 1968?, se pregunta Henri Weber, viejo sesentayocho, hoy notable del socialismo francés. Su respuesta es optimista: "La vida nos ha cambiado, pero nosotros también hemos cambiado la vida". Las utopías pueden llevar a catástrofes si se intenta su plena realización, pero son en cambio sumamente útiles para mostrar los riesgos del conservadurismo e impulsar un cambio en la sociedad. Mayo del 68 privó de legitimidad a las formas autoritarias en la universidad, la familia y la empresa. "Hemos ganado", opina Cohn-Bentit. Ahora bien, llevaba dentro asimismo gérmenes de irracionalidad, de miopía ante una realidad social compleja, de fanatismo izquierdista. "Había muy poco de liberalismo en su libertarismo", advirtió Edgar Morin.

¿Quién puede fiarse de una izquierda que impulsa en Euskadi la segregación a remolque del PNV?

Mayo del 68 puede así ser contemplado como un punto de partida para dos trayectorias divergentes. Una, con "la imaginación al poder", supone un aliciente para cambiar los modos de pensamiento establecidos. Otra, colocada bajo la enseña de "sólo es el comienzo, prosigamos el combate", ignora que las circunstancias del 68 son irrepetibles en Europa, que las grandes movilizaciones de estudiantes y de trabajadores, en ese año en Francia, y al siguiente en Italia, suponen el punto final del largo ciclo revolucionario que arranca de 1848. La crisis de reestructuración capitalista de los años 70 marcó su fin. Tampoco es tiempo de delirar proponiendo consejos obreros o autogestiones (Yugoslavia), ni de ignorar que de aquella efervescencia surgieron monstruos como las Brigadas Rojas. El movimiento comunista, en sus diversas variantes, desempeñó un papel positivo cuando no llegó al poder; al alcanzarlo provocó una catástrofe tras otra. No tiene sentido regresar a un Parque Jurásico plagado de líderes sanguinarios, de Lenin a Mao y Pol Pot, pasando por Stalin sin canonizar a Trotski.

Tal juicio no supone una invitación al conformismo. Las exigencias de un cambio que impulsaron el espíritu del 68 reaparecen hoy de forma incluso más acuciante. Sólo que la experiencia invita a no refugiarse en la peligrosa simpleza de poner el mundo cabeza abajo. Cuando los dirigentes de IU expresan la lógica preocupación ante una inminente agonía, buscan el remedio en la vieja línea, de reencuentro con una "alternativa". Piensan que IU es necesaria por sí misma. El problema es que una organización a la izquierda del PSOE puede ser necesaria, si es capaz de percibir cuáles son los auténticos problemas del mundo de hoy, en gran medida desatendidos. De otra forma, su supervivencia resulta, antes que inútil, perniciosa.

Porque hoy no se trata de que el mundo vaya a cambiar de base, ya que se encuentra en un acelerado proceso de autodestrucción. La inminente desaparición de la banquisa del Polo Norte debiera ser un clarinazo para que cambiara el horizonte político de la izquierda. Al Gore sustituye a Marx. Y en la labor destructora no está sólo Estados Unidos. Está China, como antes estuvo la URSS al provocar la catástrofe del Mar de Aral. Si la izquierda aspira a su papel tradicional de defensora de los intereses generales, ésa debiera ser su prioridad hoy, y no pensar si se asocia o planta cara al PSOE.

Tampoco la defensa de los trabajadores puede ser la misma que antes, aun cuando sorprenda la pasividad de IU y de los sindicatos ante el tipo de crecimiento registrado estos años, con una pérdida de poder adquisitivo mientras se multiplican los 4x4. A la protección de los trabajadores españoles ha de unirse la jurídica de esos inmigrantes a quienes se toleró la entrada pues favorecían el crecimiento y ahora son abocados a la expulsión. De paso sigue estando en el orden del día la eliminación de bolsas de fraude y las evasiones fiscales de los poderosos jugando con la ley.

La democracia, en fin, ha de ser tomada en serio. La izquierda realmente existente ha estado aquí al margen de cuestiones de primera importancia, tales como la formación desde Presidencia de una trama, más que una red, con los medios de comunicación (ejemplo Mediapro), imitando a Aznar; la presión gubernamental compartida con el PP sobre el poder judicial; el debate cero sobre el Estado federal, dejando vía libre a la absurda subalternidad de Ezker Batua respecto de Ibarretxe. ¿Quién puede fiarse de una izquierda que impulsa en Euskadi la segregación a remolque del PNV? ¿Cómo no van a huir los votantes de aquel que exhibe sólo radicalismo de boquilla y no renovación? Sin olvidar los temas internacionales, donde un encaje entre antiimperialismo y democracia nada mal vendría, la solución no es el perfectismo, "ahora lo haremos bien", sino el reconocimiento de que los temas son otros, siendo preciso lograr que la imaginación y el análisis sean las guías de una política de izquierda.

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