Mr. Love
Reggie Love es un hombre alto, ancho y discreto, como un armario. El símil no pretende ser un gracejo, sino una imagen orientativa, pues Love, en su interior, guarda información crucial para el futuro inmediato de Estados Unidos. Por otra parte, la masa corporal de Mr. Love hace que su discreción pase completamente desapercibida; puede vérsele siempre que está junto a su patrón, por más que se haga el invisible. Este personaje tan evidente, de apellido directo y rotundo, es el hombre de confianza de Barack Obama, y hace unos días abrió sus puertas, y su corazón, al diario The New York Times que, haciendo gala de su tino periodístico, le sacó con tirabuzón algunas confesiones. Mr. Love, que durante los últimos meses ha sido la primera persona que ve Obama al levantarse y la última de la que se despide antes de meterse a la cama, cuenta como antes de sus apariciones en cada elección primaria, el patrón echa a andar un ritual, una rutina supersticiosa, como esa de toquetear el balón que hacía Ronaldinho, antes de ser un gordo que toquetea el bongó, cuando se preparaba para cobrar una falta, o esa de la Niña Pastori que nunca, ni por equivocación ni lapsus, se cepilla los dientes antes de salir a escena; pues en esta misma línea supersticiosa el candidato Obama juega un set de basketbol con Mr. Love, antes de subirse al estrado para lanzar a su público uno de sus contagiosos discursos. Ya algún analista agudo vendrá a explicarnos la relación entre este deporte y su verbo arrollador; mientras llega yo me inclinaría por la magia, nada común, de lanzar una palabra y meterla en la canasta, sin tocar el aro. Más adelante Mr. Love abunda sobre la rutina electoral de Barack Obama, que es también, inevitablemente, la suya; en la noche, ya que ha jugado basketbol y ha cumplido con las entrevistas y los discursos de rigor, se recluye en su habitación de hotel y, luego de afinar con Mr. Love el itinerario del día siguiente, se ponen los dos a mirar el noticiario deportivo de la cadena ESPN, pues Obama prohíbe, a él mismo y a Mr. Love, ver noticiarios donde se hable de lo que acaba de decir o hacer; un raro gesto de evasión, de salud mental a base de poner distancia, que puede observar, supongo, quién tiene a un ejército de asesores chupándose todos los noticiarios en las habitaciones de al lado. Mr. Love cuenta que a la hora del tentempié, Obama prefiere una barra proteínica de chocolate con cacahuetes y una bebida de nombre Black forest berry honest tea (Té honesto de fresa, frambuesa o mora de la selva negra), y en este asunto de la comida entre comidas el patrón no admite fallos ni tartamudeos, de manera que Mr. Love anda por la vida con los bolsillos de la americana llenos de té honesto y barras proteínicas, un cuadro parecido al de esos personajes del escritor Bruno Schultz, que se llenaban de libros las bolsas del abrigo, para que no se los llevara el viento. Mr. Love tiene 26 años y estudió ciencias políticas; consiguió ese trabajo rellenando un cuestionario donde especificaba, en el apartado de "experiencia laboral", los años que había invertido entrenándose con los vaqueros de Dallas y con los empacadores de Green Bay. "Es bastante más cool que yo", dice de él, precisamente, el candidato más cool de los que batallan por ganar la presidencia de Estados Unidos. Cuando Obama cumplió 46 años, Mr. Love le regaló un iPod nano repleto de hip-hop y, una semana después, Obama correspondió llenándole el suyo de piezas de Frank Sinatra y de John Coltrane. "Reggie ha ampliado mis horizontes musicales", dijo recientemente Obama en una entrevista. Ademas del té honesto y la barra proteínica, Mr. Love lleva siempre a mano un cepillo de mango largo con el que, cada vez que Obama se come un bocadillo o algo que se desmorone, le espanta las migajas de la corbata.
Reggie Love, el hombre de confianza de Obama, tiene 26 años y estudió ciencias políticas
Jordi Soler es escritor
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