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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Ruinas y disparates

En El Acento Ruinas y disparates, publicado en EL PAÍS, el 19 de mayo, las ruinas son las del Teatro Romano de Sagunto (Valencia) y los disparates implican a políticos, arquitectos y jueces. Y respondo, si se me permite, como arquitecto.

He seguido de cerca y desde su origen, paso a paso, la historia reciente de esta controvertida rehabilitación. La he defendido y objetado, descrito y disfrutado (o sufrido). Y me espeluzna el sinsentido al que hemos venido a parar, digno del más trasnochado romanticismo y que puede enunciarse como "arruinemos lo construido y construyamos la ruina". Y me pregunto por qué. ¿Cuál es el pecado de Grassi y Portaceli, colegas ambos de prestigio, en este malhadado asunto? ¿Por qué se vitupera su ponderada y culta rehabilitación de la ruina?

Imaginen, se lo ruego, que en la escena de Sagunto luciera ahora un macropez made in Gehry, con sus escamas, o una ballena desventrada made in Calatrava, con su sinuoso y frívolo despilfarro. Nadie que se precie osaría denunciarlos.

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Pero lo que hay en el Teatro Romano de Sagunto, tras su rehabilitación, es un razonable y difícil pacto, quizá no del todo feliz, entre la lección de historia antigua (contenido) y el servicio a la escena moderna (continente). La escena rehabilitada sirve al espectáculo, pero no es espectáculo.

Cuando los museos (y no hace falta señalar) se conciben como teatro, el Teatro Romano de Sagunto se concibió como museo. Y así le va: la apuesta por la cultura pura y dura tiene todas las de perder. Ése es el pecado, no les quepa duda, de sus arquitectos: el ser cultos y moderados, cuando lo que se lleva y hace furor es el descaro hortera.

Puede que la obra llevada a cabo no acabe de convencer (en la actualidad es fenómeno común que los proyectos seduzcan más y mejor que las obras), pero su honestidad e inteligencia ahí están, a prueba de jueces.

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