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Columna
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Un chupito de historia

Lo más gracioso es que muchos justifican el éxito del género manejando el término entretenimiento

Me he topado con un prólogo de Carmelo de Echegaray a una obra de Arturo Campión en el que el ilustre cronista de lo vasco loa los empeños de Campión en diversos terrenos incluso el de la novela histórica: "Este anhelo de reproducir artísticamente sucesos y personas que ocupan no escasas páginas en la historia de Navarra, le llevó a trazar una novela a lo Walter Scott, cuando ya la moda de la novela histórica había pasado por completo". ¡Qué cosas! ¡La novela histórica una cuestión de moda!

Aunque lo más chocante es que Echegaray diga con toda tranquilidad que, en sus tiempos, semejante cosa había periclitado. Pero, visto lo que nos rodea, parece imposible que la novela histórica hubiera estado como desapercibida. ¿Quién le prestaba atención diez o quince años atrás? No desde luego la ingente masa de editoriales a la caza del éxito. Tampoco los autores y, mucho menos, el lector. Hombre, para qué negarlo, había ciertos escritores llamados Robert Graves y Margueritte Yourcenar que la practicaban. Aunque bastante por libre. Y con unos estándares de calidad que no se conocen en las que se escriben ahora. Salvo alguna honrosa excepción. Porque tiene mucha gracia que cuando le preguntan a cualquiera de esos que plumifican con la historia a ver a qué viene tanto cuento de la época de Maricastaña diga muy serio, ¡oiga, que también escribieron de esto Graves y la Yourcenar! Ahhhh, sí, es verdad lo hacían por aquello de todo por la pasta.

Lo más gracioso es que muchos justifican el éxito del género manejando el término entretenimiento. La gente necesitaría evadirse y siempre será mejor un templario que Ibarretxe. O que la guerra de banderizos en el PP. Y así resulta que se va dejando muy poco espacio a lo que siempre se ha considerado literatura y no folletín.

Folletines hubo siempre, pero también hubo algo donde la gente se veía retratada, con su tiempo, y donde encontraba respuestas, aunque fuera bajo la forma de preguntas, a cuestiones más o menos acuciantes. Sin merma del entretenimiento. Porque pensar también resulta entretenido. No menos que disfrutar de un estilo. Y del contacto con la verdadera historia, aquellos textos que escribieron en su época autores tan raros como Cervantes, Shakespeare (que también escribía dramas históricos, alejados cien años y a veces siglos de su tiempo), Dos Passos o Flaubert. Se cumplen ahora 40 años de varias cosas. Por ejemplo, del Cara al vent, de Raimon. Curioso, cuando la gente llevaba demasiado tiempo y por obligación con la cara más o menos al sol, viene Raimon y pide que la pongamos al viento, ese lugar donde estaban las respuestas que buscaba Bob Dylan. Y nos pusimos al viento porque de alguna manera lo llevábamos dentro. Un poco después, Clint Eastwood protagonizaba Harry el Sucio. Y muchos se indignaron contra aquel poli que además era sucio porque se saltaba algún aspecto de la ley o los procedimientos. Porque el viento les había llevado contra la policía pero, qué curioso, también contra la Ley (había que abolirlo todo). A mí, lo confieso, me gustó lo de Harry el Sucio y hube de apechugar con las contradicciones.

Yo no sé de qué estaríamos hablando ahora si a Raimon le hubiera dado por cantar el Romancero y a Eastwood por haber dedicado su carrera al peplum. Tal vez de claves secretas y esoterismo pseudohistórico. A menos que se trate de un sueño.

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