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La palanca fiscal

A pesar de los nubarrones de la crisis de los mercados financieros, la desaceleración no parece haber llegado a Europa de manera clara, como sí lo ha hecho en EE UU o en el caso particular de España. Sin embargo, es muy posible que en los próximos trimestres las restricciones financieras lleven a un menor crecimiento en la zona, aunque sea de manera atenuada.

Ante la desaceleración, un debate por el que ya han pasado Estados Unidos (y España en parte), y que posiblemente llegue pronto a Europa, es el de la utilización de la política fiscal anticíclica para sostener el crecimiento. Tras el desbarajuste fiscal de los años ochenta y noventa, muchas organizaciones han defendido que la política fiscal discrecional no se debía utilizar en Europa, y que hay que dejar jugar a los estabilizadores automáticos (impuestos ligados a la actividad y seguros de desempleo, sobre todo) para corregir los vaivenes cíclicos.

Se argumenta que la política discrecional llega suele llegar tarde a las crisis, impulsando la economía cuando ya no se necesita; o que no suele tener un impacto importante en la actividad y sin embargo genera déficit que son luego difíciles de corregir. Desde un punto de vista más teórico, también se considera que el dinero repartido no se dedica al gasto, sino al ahorro, ya que los ciudadanos saben que ese déficit habrá de pagarse en el futuro a través de más impuestos.

Y, sin embargo, el argumento de que en las uniones monetarias la política fiscal es el único instrumento estabilizador del ciclo sigue siendo muy poderoso. EE UU, mucho más pragmáticos en cuestiones de política económica que la UE, han aplicado rápidamente medidas de política fiscal ante la desaceleración. Los estabilizadores automáticos no suelen ser suficientes para evitar recesiones, y la política anticíclica puede ser muy potente si se concreta en medidas que sean temporales (y se retiren cuando ya no son necesarias, para no generar déficit excesivos), se implementen rápidamente (para que no lleguen a destiempo y no resulten procíclicas) y se diseñen para que sean eficaces (es decir, que el dinero distribuido se gaste y no se ahorre).

Se puede debatir sobre las ventajas e inconvenientes de las distintas medidas, como ha hecho el Congreso americano. La experiencia sugiere, como se recogía en el número de abril de la revista Situación España del Servicio de Estudios de BBVA, que hay varias que pueden cumplir suficientemente los citados requisitos: gastos en infraestructura si se implementan rápidamente, extensión de seguros de desempleo a quienes se les agoten, reducciones temporales de las cotizaciones sociales, o devoluciones de impuestos a individuos de rentas bajas. Todas ellas tendrían un impacto sólo temporal y generarían mucho gasto.

Los errores de los años ochenta y noventa, con déficit desmesurados y efectos procíclicos sobre la actividad, no justifican una política fiscal inactiva. Unas medidas diseñadas adecuadamente, cuando haya margen suficiente, pueden ayudar a algunos países europeos a evitar una desaceleración demasiado profunda.

Miguel Jiménez González-Anleo es economista jefe para Europa en el Servicio de Estudios de BBVA.

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