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Columna
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La conspiración

Manuel Rivas

Contra los estereotipos es inútil luchar. Ya puede un gallego subir escaleras a lo Indiana Jones que se seguirá diciendo que no se sabe si sube o si baja. En los análisis sobre la crisis del Partido Popular, Rajoy aparece atrapado en la escalera de Hamlet, dirimiendo el ser o no ser, mientras Elsinor se derrumba y algo huele a podrido en la calle Génova, donde cunde el grito: "¡Cuerpo a tierra que vienen los nuestros!". Los problemas para Rajoy comenzaron justamente por dar señales de que revivía en un sentido racional, para desagrado de los arqueólogos conservadores. De repente, el rostro de Rajoy ha adquirido una fisonomía accidentada, interesante. No la de quien ha tenido un sueño providencial, sino la de un Jonás salido de las tripas de una pesadilla en la que él mismo hacía de cetáceo. En otro tiempo, las plumas amables le trataban de lord Mariano. Y efectivamente se le ha puesto pinta de lord, pero la de aquel lord británico que no pudo disimular el espanto tras pasar revista a sus propias tropas. Imagino ese momento de luminosa consternación, cuando se sorprende aborreciendo al capellán militar radiofónico en el diario soliloquio matutino: "Aquí el puto amo". O cuando escucha el hipócrita coro plañidero alrededor de la Santa Gil, los mismos que no piaron cuando Aznar flirteó con el mismísimo Arzalluz. O cuando le niega hasta el saludo el filántropo liberal y jubiloso jubilado del FMI, Rodrigo Rato, como si el antaño íntegro registrador de la propiedad pasara a ser El Cuenca, célebre carterista y, para mayor inri, poeta autor de Aires de Europa. Hay saltos así en la vida de un hombre. Te apuntas de señorito a una de los hermanos Quintero y apareces en Ibsen de enemigo del pueblo. ¿Comprende ahora, señor Rajoy, lo que es una conspiración? Yo los ponía a todos a estudiar Educación para la Ciudadanía.

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