El fiero grito del cobarde
Los detenidos vivían en un barrio bullicioso y no levantaban sospechas
Junto a la casa de los terroristas, un tipo de Sri Lanka regenta un locutorio, un vidente brasileño interpreta las cartas del tarot, la africana Patricia cobra seis euros por alisar el pelo de las muchas mujeres negras del barrio de la Victoria, el marroquí Hassan invita a té a los clientes de su restaurante y el dueño de La Granja del Pan atiende en castellano y de buen humor a los cientos de españoles que habitan el barrio más mestizo de Burdeos. Unos, como el señor Castán Mur, nació aquí mismo hace 82 años de padres aragoneses, y otros, los más, son jóvenes universitarios que estudian enología o lo que sea gracias al programa Erasmus.
Ayer, todos ellos, rodeados de los muchos indigentes que pueblan este barrio decadente y bullicioso, contemplaron cómo la policía introducía en el número 63 de la calle Cours de la Marne a cuatro terroristas de ETA para que estuvieran presentes en el registro. Uno de ellos repetía a voz en grito: "Viva Euskal Herria libre". Una muchacha japonesa lo observaba con sorpresa desde la puerta de su restaurante.
La fotografía de los etarras capturados en la noche del lunes aparecía ayer en los periódicos franceses que se venden en un supermercado vecino. El dueño atendía solícito a los periodistas españoles. "Sí, sí, venían por aquí, éste (señalaba a López Peña) y éste también (ponía el dedo sobre el retrato de Salaberria)". Lo decía con tanta seguridad que sus palabras sonaban a chamusquina, sobre todo porque la apariencia actual de los detenidos se parece más bien poco a la de las fichas policiales. Luego, añadía lo que añade todo el mundo en estos casos: "Eran educados, correctos, no muy habladores, quién iba a pensar que...".
También los periódicos de ayer traían, perdida en medio de todas las crónicas, una frase repetida como una jaculatoria: "Los terroristas, pese a ir armados, no opusieron resistencia". Los asalariados de ETA saben que entre sus cometidos no figura jugarse su propia vida, sino jugar con la de los que no pueden defenderse. De ahí que luego, ya con las esposas colocadas, intenten transmitir su fiereza ficticia a través de la televisión con gritos del tipo de "¡viva ETA!" o "¡venceremos!".
Hace cuatro años, cuando la policía francesa detuvo a los entonces jefes de ETA, Mikel Antza y su esposa, el periodista tuvo la misma sensación que ayer frente a los ahora detenidos: los terroristas gozan de una tranquilidad -y de unos medios- que ya quisieran para sí sus víctimas. Antza vivía sin sobresaltos en un paraje bellísimo de Salies-de-Béarn, con su compañera y su hijo pequeño, disfrutando de un jardín frondoso y engordando patos para convertir en foie y magret. Los detenidos del martes vivían en un barrio bullicioso de una ciudad preciosa, llena de vida y de españoles, el lugar perfecto para no despertar sospechas. Por el contrario, Isaías Carrasco trabajaba en el peaje de una autopista y el guardia Piñuel optó por el País Vasco para mejorar su exiguo sueldo de guardia civil y sus posibilidades de volver al sur. De ahí que la eficaz campaña publicitaria del etarra que lanza vivas a ETA -el fiero grito del cobarde- deba ser contrarrestada con un pensamiento fugaz pero más real que todos esos gritos. La de dos niños -uno de cuatro años y otro de cinco, los hijos de Isaías y de Juan Manuel- yéndose a dormir en Mondragón y en Málaga, convencidos de que sus padres seguirán jugando con ellos, aunque ya sólo sea en sus sueños.
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