La mística frente al nuevo rico
El Manchester y el Chelsea afrontan en Moscú la primera cumbre europea entre dos equipos ingleses
La vieja mística del Manchester United frente a los petrodólares del Chelsea. Tradición frente a mecenazgo, dos vías por las que el rancio fútbol inglés será hoy más que nunca el centro del universo. Los británicos reglamentaron este juego, pero fueron los franceses los que en 1956 patentaron la Copa de Europa. Desde entonces, pese a que los ingleses dominaron el torneo con puño de hierro entre mediados de los años 70 y los 80, jamás dos equipos del imperio se habían citado en una gran final. El partido no sólo acentúa la supremacía de la Premier, impulsada por el mestizaje de su fútbol, lo que ha desterrado sus vicios más arcaicos, y por la extraordinaria explotación de su veta mercantil. Al frente del Wall Street futbolístico, Roman Abramóvich, el medici del Chelsea, la 15ª fortuna del planeta según el último listado de la revista Forbes, que le atribuye 23.000 millones de dólares (unos 14.800 millones de euros). Para Abramóvich, que desde 2003 ha invertido cerca de 700 millones de euros en los blues, el envite de hoy no es sólo futbolístico, su primer asalto a la más alta cumbre europea. El pulso se dirime en Moscú, su cuna; en el estadio Luzhniki, a 45 minutos en metro de Trubnaya, donde el joven Roman se graduó en 1983. Hoy, a sus 41 años, este gobernador de Chukotka, al este de Rusia, que flirtea con Vladímir Putin y otros jerarcas rusos -sus oficinas están a un palmo del Kremlin-, tiene la mejor ocasión de reivindicarse ante sus paisanos. No es casual que el Chelsea, al que adularán más de 20.000 hinchas, los mismos que al United, cause más simpatías en Moscú.
Jugador por jugador, ninguno tiene ventaja. Sólo la historia les separa
Los focos apuntarán a Cristiano Ronaldo, el más impactante del momento
El encuentro no sólo produce un cosquilleo especial en Abramóvich y la legión del Chelsea, que afronta su primera final de la Copa de Europa. Para el Manchester, más cuajado en estas citas, el partido llega en un año muy emotivo para los reds. El pasado 6 de febrero se cumplieron 50 años de la tragedia de Múnich, donde se estrelló el avión que devolvía al equipo desde Belgrado y fallecieron 23 personas, entre ellas ocho prometedores jugadores. El drama rebajó el historial de aquel Manchester que lideraban Duncan Edwards, Bobby Charlton y Geoff Bent y retrasó su primer gran título europeo hasta 1968. Por aquellos años, el Chelsea padecía el yugo de las dos potencias del norte de Londres, el Arsenal y el Tottenham. Sus resultados no eran muy brillantes, pero su ubicación, en Fulham Road, en la frontera con King's Cross, le convirtió en el gran icono futbolístico de la cultura pop londinense de los 60. Era el barrio de Mary Quant, los Beatles y los Stones. Y hasta de Raquel Welch, que llegó a asomarse al mohoso vestuario de Stamford Bridge para conocer a Peter Osgood, el héroe local junto a Hudson y Cooke. Superados aquellos tiempos de extravío y desenfreno, el Chelsea languideció en los setenta y los ochenta -se enredó en Segunda- hasta que un precursor de Abramóvich, otro multimillonario, Ken Bates, tiró de talonario para resucitar a un club que, bajo sus influencias, se convirtió en el equipo de la jet londinense con el primer ministro John Major a la cabeza. Entonces, como ahora, la ley Bosman se convirtió en el maná del Chelsea, un club sin vivero. Donde antes estuvieron Gullit, Vialli, Desailly y Zola ahora se cotizan Drogba, Schevchenko, Ballack, Makelele, Essien, Lampard...
En la otra orilla, un modelo antagónico: el Manchester. Un club que siempre ha estado orgulloso de su semillero, un equipo que se puso a la cabeza de la mercadotecnia del fútbol sin olvidar sus raíces. Pese al acoso de los mercaderes y los excesos de estos tiempos, el United siempre ha fortalecido los vínculos sin caer en un proteccionismo chauvinista. De Charlton a Giggs y Scholes, dos antidivos con un compromiso indisoluble con Old Trafford, ajenos al rastrillo del fútbol. Sobre el césped, ellos son los lazarillos de Alex Ferguson, un cascarrabias escocés que lleva en el club desde tiempos jurásicos, en concreto desde el 6 de noviembre de 1986. En estos 22 años, en los que, por cierto, el Madrid ha ordenado 22 cambios en el banquillo, ha celebrado 28 títulos con el Manchester. Un caso excepcional en un juego en el que todo caduca de forma apresurada. Ferguson, el eslabón con Matt Busby, forjador del fabuloso United de los sesenta, no sólo ha sabido acunar a futbolistas nacionales. También, aunque con algunos desatinos, ha sido capaz de aliñar el equipo con fenómenos extranjeros. Primero, con el francés Eric Cantona, que alteró los sistemas del primitivo juego inglés. El último, el portugués Cristiano Ronaldo, el mejor goleador de Europa, el jugador más impactante del momento. El heredero del 7 que en su día lucieron George Best, Bryan Robson, Cantona y David Beckham. Con todos los focos sobre el luso, el duelo se presenta muy equilibrado. Jugador por jugador, ninguno tiene una ventaja apreciable. Sólo la historia les separa: la heráldica del Manchester frente al emergente Chelsea, el nuevo rico.
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