XVII
No conozco personalmente al escritor Javier Marías, colaborador brillante de este periódico. Sé de él por lo que hace. Hace unas semanas recibí uno de los libros que edita, con la devoción que otros reservan a sus amantes o a sus gatos, bajo el sello Reino de Redonda. Se trababa de un clásico, el Discurso de mi vida, del soldado Alonso de Contreras, titulado ahora Vida de este capitán. Marías había escrito a mano mi dirección (esto es una certeza moral, porque ignoro su caligrafía), y daba como remite su domicilio privado. El detalle me pareció importante. Por Contreras y por su siglo, el XVII, del que heredamos las nociones modernas de ciencia y de tolerancia, un sano relativismo y, sobre todo, la supremacía del individuo. Aquél fue un siglo de turbulencias y fanatismos; fue, a la vez, el primer estallido de libertad en más de mil años.
Esos soldados puteros, jugadores y violentos, arquetipos del pícaro, fueron los primeros huérfanos de Dios
Quizá fue su amigo Lope de Vega quien aconsejó al capitán Alonso de Contreras que redactara sus memorias. Contreras, que se llamaba en realidad Alonso de Guillén Contreras, tenía un carácter sulfúrico. Hacia los 12 años mató a cuchilladas a un compañero de estudios, a los 15 combatía ya en Flandes, capitaneó naves bajo la bandera de la Orden de San Juan y como corsario vivió una enorme cantidad de aventuras y aprendió a escribir con un desaliño brillante. Cuando su mujer le traicionó con su mejor amigo, los mató a los dos. Véase con qué elegante elipsis (toda elipsis es cínica) describe el suceso: "Procuré andar al descuido con cuidado, hasta que su fortuna los trajo a que los cogí juntos una mañana y se murieron. Téngalos Dios en el cielo si en aquel trance se arrepintieron. Las circunstancias son muchas y esto lo escribo de mala gana".
Aquel soldado, uno de los modelos del Alatriste de Pérez-Reverte (aparece como secundario en la saga), tal vez llegó a coincidir en algún sitio con Miguel de Cervantes. Vivió en un tiempo de gigantes: Shakespeare, Spinoza, Locke, Hobbes. Mientras Contreras se fatigaba batallando contra el turco, en Holanda se construía el primer microscopio y faltaba poco para que Newton dictara las leyes de la gravedad. Las guerras de religión se agotaban, y empezaban a surgir los signos de la libertad del ciudadano europeo: la paz de Westfalia, el hábeas corpus, la Declaración de Derechos. El poder, perdido su origen divino, se redujo a una convención como cualquier otra. El esclavismo disfrutaba de una edad de oro, y la igualdad entre los sexos resultaba inconcebible; la gran emancipación, la que nos liberó del Dios totalitario y de sus delegados terrenales, estaba sin embargo en marcha.
Soldados de fortuna como Contreras difundieron el nuevo espíritu. Viajaban, cambiaban de bandera y de idioma, se contagiaban de una libertad áspera y primigenia.
Las ideas se guardan en los libros, pero viven en el aire, impregnando la voluntad de los hombres. Contreras, que nunca supo de Spinoza (nadie sabía de Spinoza, más allá de sus vecinos) y que aceptaba con naturalidad ciertas prácticas medievales (fue sometido a tormento para que confesara su inexistente complicidad con una revuelta morisca), pensaba como un hombre moderno. Es decir, como un individuo libre. Hacía su apuesta cotidiana contra la fortuna, y aceptaba de forma responsable, sin escudarse en designios divinos, el éxito y la desgracia. Aquellos soldados puteros, jugadores y violentos, arquetipo del pícaro, fueron los primeros huérfanos de Dios. Fueron los primeros en percibir, de forma muy vaga, que nacían y morían solos. Y que podían (y debían) arreglárselas por su cuenta.
Alonso de Contreras, y sus contemporáneos del XVII, fueron los primeros, desde la remota antigüedad ateniense, en decir "yo" con todas sus consecuencias.
Por eso me pareció importante que Javier Marías rotulara a mano el sobre, pegara el sello y metiera dentro el libro. Era la forma más simple de decir "yo", y de honrar la obra que editaba. Podría ser que todas esas labores postales las hubiera hecho otro, no Marías. Es posible. Habría sido mezquino por mi parte, creo, realizar comprobaciones antes de ponerme a escribir. -
Vida de este capitán, de Alonso de Contreras. Ediciones Reino de Redonda. Prólogos de Arturo Perez-Reverte y José Ortega y Gasset. 307 paginas.
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