El arquitecto 'noucentista'
Hoy vamos a recordar aquí a un señor que tuvo una vida fecunda, al arquitecto que encarnó el ideal noucentista. Aunque no es eso lo que le hace más especial. Lo que le hace más especial es que siendo joven gozó de un privilegio incomparable... Pero vayamos por partes, empecemos desde el final:
El pasado martes se presentó el libro Josep Goday Casals, arquitectura escolar a Barcelona, de la Mancomunitat a la República, en el colegio Ramon Llull (Diagonal-Marina), uno de los colegios municipales que proyectó Goday. Fue un acto bastante emocional; había mucho público, muchos eran gente bien entrada en años, gente de la Associació d'Alumnes de la República; y a alguno le costaba aguantarse las lágrimas.
A los políticos se les veía contentos con el éxito de la convocatoria y con la solidez yo diría que exhaustiva del libro, que recoge ensayos de Pere Darder, Xavier Barral, Albert Cubeles, y otros; los autores también estaban contentos, y el editor municipal no daba crédito porque le compraban los ejemplares de muestra como churros.
Para el coordinador del volumen y autor de la monografía más extensa, Marc Cuixart, arquitecto, nieto de Goday e hijo del famoso pintor recientemente fallecido, hubo de ser un momento estupendo: pues así coloca en el lugar que le corresponde al gran arquitecto noucentista olvidado, de ejecutoria beneficiosa para la ciudad especialmente por las escuelas populares que proyectó, muchas de las cuales siguen en pie -con la excepción señalada del palafito de la Escola del Mar que se alzaba en la playa hasta que se la llevó un bombardeo, en el año 1938- y siguen funcionando satisfactoriamente como escuelas.
Esas escuelas son el producto del movimiento reformador de la pedagogía renovadora, higienista, humanista y europeísta del Ayuntamiento de Barcelona en tiempos de la Mancomunitat, que venía a ocupar en los barrios populares la función de la que se habían replegado las órdenes religiosas, escarmentadas por la Setmana Tràgica, durante la cual ardieron, entre otros edificios religiosos, conventos e iglesias, 30 escuelas que tenían abiertas en barrios populares. Como la represión de estos desastres, además de la ejecución de Ferrer Guàrdia, impuso la clausura de 130 escuelas laicas que la autoridad consideraba viveros de anarquismo, los niños debían tener entonces demasiadas horas de recreo.
Los grupos escolares que el arquitecto municipal Goday levantó son ideales. Los interiores, a juzgar por las fotografías e ilustraciones de las aulas, pasillos, escaleras, salas, auditorios, etcétera, con sus ornamentos, relieves, terracotas, estatuas, relojes de sol, fuentes, que el libro reproduce son de un gusto exquisito, tan grato que, si no eliminan, seguro que palían considerablemente los terrores de la infancia. Vistos desde fuera, yo creo que el paseante más distraído siente su encanto, lo siente cualquiera que pase, por ejemplo junto al Milà i Fontanals de la calle Dels Àngels; o junto al Pere Vila, con su patio de juegos de cara a la calle, que es el contrapunto esperanzador a la tristeza que emanan los contiguos juzgados; y los que salen de Barcelona en coche por la Diagonal y a la altura de la calle de Marina ven la doble silueta de raras proporciones, graciosamente esgrafiada, del Ramon Llull; en cuanto al Collasso i Gil, junto a Sant Pau del Camp, si a primera vista sus paredes de ladrillos parecen monótonas, luego se va viendo cuánto cariño y talento puso el autor en cumplir el encargo más que decorosamente sin afectar la estampa de Sant Pau.
Creo que éste fue el último colegio que hizo. Y es curioso que fuese precisamente junto al monasterio románico de Barcelona, pues escuelas modernas y arte románico acompañaron su vida profesional desde sus inicios con aquel genio hiperactivo que fue Puig i Cadafalch. Cuenta Barral que éste se iba metiendo más en política y no disponía de tiempo "per anar a fer esglésies" para dar fe de ellas en el colosal inventario L'Arquitectura romànica a Catalunya. Lo hacía el que entonces era su brazo derecho, Goday. Muchos años después, a éste le gustaba recordar cómo "iba en burro a estudiar iglesias en los Pirineos" en el año 1909... O sea, que mientras aquí ardían conventos y escuelas, aquel futuro constructor de escuelas noucentistes cabalgaba por valles apartados y silenciosos, por senderos imposibles; encontraba la ermita como quien encuentra una sarta de diamantes; gracias a sus habilidades como dibujante y su formación profesional, la entendía como los mismos hombres medievales que la levantaron; y entraba en la ruina para ver todavía in situ la solitaria cara de Dios... pintada al fresco.
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