Bárbara cabalgata
La última, por el momento, de sus tres grandes series; es un privilegio poder contemplar en una galería madrileña el conjunto completo de las siete obras que componen The Barbarians (los bárbaros) (1999-2002), del escultor británico Anthony Caro (New Malden, Surrey, 1924), el cual antes ya había realizado las tituladas La guerra de Troya (1993-1994) y, quizás la más célebre, El Juicio Final (1995-1999). Las tres supusieron un punto de inflexión en la ya muy dilatada y consolidada trayectoria de este gran artista, cuyo personal estilo se fraguó sucesivamente bajo la sombra de Henry Moore y David Smith, alcanzando un notable predicamento internacional a partir de la década de 1960. Significativamente, durante la de 1990, Caro, cuando cumplía la edad de 70 años, dio, en efecto, un giro bastante atrevido, no sólo al adoptar una temática épica interpretada con un sentido moral conminatorio, sino usando un lenguaje figurativo y una mezcla de materiales, entre los que además del habitual acero, empleaba la terracota, la madera, el cuero y otros componentes orgánicos. Y aún habría que decir que la conjugación serial convertía las correspondientes instalaciones en muy eficaces escenas dramatizadas, cuya acción, o, en este caso, mejor reacción, daba al cerrado rechazo de la guerra un tono profético y escatológico.
Anthony Caro
The Barbarians
Galería Álvaro Alcázar
Hermosilla, 58. Madrid
Hasta el 8 de junio
La que ahora se exhibe en Madrid, The Barbarians, cada una de cuyas piezas representa figuras ecuestres con exóticos nombres mongoles, incide en el inveterado temor occidental hacia la irrupción destructora e incontrolada de fuerzas "incivilizadas" de otros alejados e ignotos mundos, pero también porque lo amenazado por el exterior previamente ya estaba moralmente muy arrasado. Sea cual sea su alargado latido simbólico, para Caro esta estigmatización de la guerra es, sobre todo, una denuncia interior: la del mundo occidental contra el mundo occidental, cuyo truculento escenario y protagonismo ha correspondido y corresponde, la mayor parte de las veces, a la vieja y civilizada Europa.
De todas formas, estos grotescos jinetes "bárbaros" tienen, en comparación con las otras series, un tono más caricaturesco, quizá porque encarnan, de alguna manera, a los macabros jinetes del Apocalipsis. Este aire como de muñecos, construidos a partir de materiales de desecho, nos remiten, por un lado, a Picasso y, por otro, al pop, puesto que las cabalgaduras de estos centauros de juguete son potros y plintos de gimnasia, lo cual no es la única salida trágico-burlesca de este negro retablo tan antibelicista como misantrópico. Por lo demás, es interesante saber que el conjunto de los siete jinetes no se desmiembra, aunque, eso sí, permite una muy abierta instalación. También es necesario apreciar que Caro mantiene bien la tensión entre los materiales contrapuestos utilizados en la construcción de cada figura, pero no menos la ambivalencia de lo simbólico y, por supuesto, la de esa delgada línea roja que separa lo patético de lo cómico, lo mítico de lo cotidiano. A la alta edad que felizmente Caro está alcanzando, es estimulante comprobar su despegada libertad y su abrupto sentido crítico, ambos corroborados con esta cabalgata mortal. -
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