Dibujos (des)animados
A finales de los noventa, cuando los anchos de banda de la mayoría de usuarios todavía no daban para muchas alegrías (de consumidor) ni ambiciones (de creador), el programa informático Adobe Flash proporcionó una herramienta posibilista a todos aquellos artistas que querían difundir su animación a través de Internet. El estado de aceleración de la cultura popular en la era digital hizo que el concepto flash animation adquiriese pronto ese sex-appeal que, por ejemplo, la animación limitada televisiva de Hanna Barbera tuvo que ganarse a pulso durante años frente a los guardianes de las esencias del arte animado. Entre los pioneros estuvo John Kricfalusi, creador de Ren y Stimpy y figura capital en el reciente desarrollo de la animación adulta: de formación clásica, Kricfalusi manejó las limitaciones de la herramienta sin olvidar su condición de heredero de Bob Clampett, animador de la era dorada de Warner. El concepto flash animation no sólo identificaba una técnica, sino, también, una sensibilidad y una estética, perfectamente adecuadas para micronarrativas de consumo en red.
LA CRISIS CARNÍVORA
Dirección: Pedro Rivero.
Dobladores: Enrique San Francisco, Carlos Sobera, Pedro Reyes, Álex Angulo.
Género: dibujos animados.
España, 2007.
Duración: 80 minutos.
La crisis carnívora no es el primer largometraje realizado con animación en flash, pero sí la última y dolorosa demostración de lo extenuante que puede resultar para el espectador el uso de la técnica en narrativas cercanas a la hora y media. Tampoco supone ningún alivio que su creador, Pedro Rivero, parezca tener una concepción de la animación adulta sustentada en el uso abusivo y escasamente gracioso del taco gratuito. O que la producción delegue la posible comicidad del asunto a un equipo de cómicos-dobladores cuyo carisma y / o popularidad no acredita su competencia en el arte de dar voz y vida a personajes animados.
Con el pálpito de una Rebelión en la granja para tiempos necrófagos, apocalípticos y descreídos, La crisis carnívora quizás sea una áspera metáfora política buscando su significado, pero, ni su esquinada poca gracia, ni su planteamiento estético suponen una adecuada invitación a leer entre líneas.
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