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Reportaje:La Italia de Berlusconi

El populismo alza el brazo en Italia

Los discursos xenófobos, posfascistas y autoritarios marcan el resurgir de la derecha

La escena heló la sangre a más de uno. El posfascista Gianni Alemanno acababa de ganar la alcaldía de Roma, primer político de su cepa en lograr el despacho que domina el Foro. Ante la sede del Ayuntamiento, en la plaza del Campidoglio, el ombligo de Roma, una multitud de militantes espera el discurso del ganador. Entre ellos, en las armónicas líneas de la plaza proyectada por Miguel Ángel, muchos mantienen el brazo levantado con una inclinación que no deja lugar a dudas: saludos fascistas. Las banderas tricolores ondean por todas partes. Algún grupillo hasta se atreve con un estribillo más explícito: "¡Duce, Duce!".

Era el lunes 28 de abril -casualmente, el aniversario de la muerte de Benito Mussolini-. Así acababa una larga campaña electoral que ha entregado Italia a una derecha que no renuncia a discursos de tintes xenófobos, autoritarios y machistas. Muchos analistas observan su ascenso (y su revancha) con preocupación. Y fuera de Italia, muchos siguen con estupor ciertas actuaciones en el teatrino de la política transalpina. ¿Cómo hay que tomarse a Umberto Bossi, el líder de la Liga Norte, cuando advierte de que "los fusiles están siempre calientes" y que tiene "300.000 hombres listos a combatir"? ¿O cuando Silvio Berlusconi dice: "Somos la nueva falange romana"?, una supuesta broma sobre la victoria electoral en la capital. ¿Qué pasa en Italia?

Italia es un país de miedos, sobre todo a que el futuro sea peor que el pasado
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"Me preocupan más los intereses de Berlusconi que los saludos fascistas"

"Lo que ocurre es que la desaparición de las culturas políticas que han guiado el país durante cuatro décadas ha dejado un gran vacío. No han sido reemplazadas. Sin ese tapón, sin el filtro de una cultura política moderna y responsable, han caído los tabúes y ha empezado el reino del cinismo", asegura Edmondo Berselli, escritor y analista político del diario La Repubblica. "Se ha abierto el campo a las brutalidades de la Liga. A la derecha que exalta la virilidad con tonos arcaicos. A los discursosferoces. A la vulgaridad. Es como en los bares, gana quien grita más alto y más fuerte".

No cabe duda de que Berlusconi, Bossi y los posfascistas de Gianfranco Fini gritan alto y fuerte, pero cada uno a su manera. No se trata de una derecha monolítica, al contrario: federalistas y nacionalistas, liberalismo y proteccionismo, guerra a los burócratas y clientelismo... Todo convive en un mismo universo derechista donde el consciente coqueteo con los tonos autoritarios y xenófobos es el común denominador.

Pero no son sólo palabras. Berlusconi no dudó en asignar un escaño seguro a Giuseppe Ciarrapico, empresario romano y fascista declarado. Varios alcaldes y lugartenientes de la Liga Norte hablan y actúan a veces más como sheriffs que otra cosa. ¿Será la futura acción de Gobierno acorde a ese lenguaje?

"No creo en absoluto que haya un peligro de una reorganización fascista en Italia", comenta Gad Lerner, célebre periodista e intelectual de referencia de la comunidad judía italiana. "Pero me asustan los discursos acerca de los gitanos, la idea de que vuelva una cultura reaccionaria tradicionalista, que habla de una comunidad nacional fundada en la pertenencia religiosa y étnica y contrapuesta a los extranjeros portadores de delincuencia y de perturbación de esta cultura popular que ellos quieren preservar. En esto, el tradicionalismo de derecha de Alemanno en Roma es muy parecido al liguismo en el norte de Italia. Ambos han ganado elecciones levantando miedos". Italia es un país lleno de temores, sobre todo a que el futuro sea peor que el pasado. Y algunos han soplado sobre esos miedos.

"Es significativa en ese sentido", prosigue Lerner, "la emoción con la que se condena una violencia sexual padecida por una mujer italiana a mano de un rumano, que se convierte en caso político, portada de los diarios, mientras todos los días hay noticias de prostitutas romanas violadas o asesinadas a las que se hace más bien poco caso".

Otros síntomas parecen menores. La Facultad de Derecho de la Universidad de Bari acaba de votar en contra de la propuesta del rector de cambiar el nombre del ateneo que (formalmente se sigue llamando Benito Mussolini) por el del estadista democristiano Aldo Moro, asesinado por las Brigadas Rojas en 1978.

Otras, tienen tintes revisionistas. La joven diputada derechista Giorgia Meloni afirmó el viernes que los militantes de los grupos de inspiración fascista asesinados en los años setenta y ochenta son "mártires de Italia".

Pero los italianos -sean ciudadanos comunes o expertos analistas- no atribuyen gran valor a estas anécdotas. "Hace 15 años que la derecha ha superado el fascismo entregándolo a la historia", argumenta Flavia Perina, directora del diario Il Secolo d'Italia, órgano de la derecha posfascista de Gianfranco Fini, elegido esta semana presidente de la Cámara de los Diputados.

Nadie duda de que Fini sea un demócrata y de que repudie la violencia. Bossi lleva 20 años hablando de fusiles y cañonazos, pero nunca se ha visto uno. La misma derecha que asciende ahora ya ha estado en el Gobierno. E incluso los italianos que juzgan catastrófica aquella experiencia de Gobierno, no lo hacen por verle rasgos de nostalgia fascista. El temor es que esta vez, en una sociedad frágil y menos tolerante por la erosión de su bienestar, el espacio para políticas de mano dura frente a la inmigración sea más amplio.

"La política de inmigración que impulsa la derecha es la misma que aplica, y bien, el Gobierno español de Zapatero: se trata sencillamente de expulsar a los irregulares. Aquí nadie habla de campos de concentración", dice Perina. "Diez personas con el brazo levantado son una anécdota". Lo cierto es que no es la primera vez que ocurre.

"En Italia hay un malestar profundo. Por las dificultades económicas, por la ineficiencia de la Administración Pública, por una sensación de creciente inseguridad", comenta Berselli. "Berlusconi y los suyos supieron responder mejor a ese subconsciente. La izquierda representa la cultura de las reglas, habla de lealtad a la Constitución, avance de derechos... ¿Pero qué le importa todo eso a alguien que no llega a fin de mes, que paga el litro de gasolina a 1,40 euros y que ve que el Estado cobra mucho pero no resuelve nada? Berlusconi no duda y expresa su desprecio hacia todo aquello, hacia los comunistas, los jueces, las universidades, la Administración. 'No nos toquéis las narices', grita".

Y el mensaje cunde. A pesar de ciertas anécdotas, "a pesar de que no esté sustentado en las estadísticas que Italia sea ahora un país menos seguro que antes", como dice Lerner, una mayoría de italianos ha creído que la derecha defendería mejor sus intereses. La receta menos Estado, más seguridad ha funcionado. Habrá que ver con qué grado de intensidad la aplicarán. Pero no está tan claro que el principal problema será la mano dura.

"¿Cómo logrará Berlusconi tener unida una coalición tan heterogénea? Es mi principal preocupación", asegura Berselli. "Creo que sólo tiene una solución. La misma que adoptó en su anterior etapa de Gobierno: el gasto público. Gasto para el norte, que reclama infraestructuras y servicios. Gasto para el sur, y sus clientelismos". El Gobierno de Berlusconi dejó resueltos varios asuntos personales de su presidente, pero a un alto precio: un déficit público del 4,4%, y una deuda pública que equivale al 106% del PIB.

Seguidores del posfascista Gianni Alemanno celebran su victoria en las elecciones para la alcaldía de Roma el pasado lunes.
Seguidores del posfascista Gianni Alemanno celebran su victoria en las elecciones para la alcaldía de Roma el pasado lunes.REUTERS
Silvio Berlusconi (izquierda) y Gianni Alemanno, en Roma.
Silvio Berlusconi (izquierda) y Gianni Alemanno, en Roma.ASSOCIATED PRESS

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