Entre flores y cojines
HOTEL MURMURI, una interesante propuesta de interiorismo en Barcelona
Localización, localización, localización. De esta regla hablan siempre los ecónomos de la hostelería, persuadidos de que no hay otro mejor argumento para atraer a los visitantes de una gran ciudad. A esta regla se apunta también la familia Soldevila, propietaria de tres hoteles en pleno centro de Barcelona: el pequeño Inglaterra, junto a la plaza de Catalunya; el señero Majestic, en el paseo de Gràcia, y el recientemente inaugurado Murmuri (murmullo, en catalán), hijo de un inmueble residencial en la rambla de Catalunya. Semejante emplazamiento, a un paso de La Pedrera gaudiana, merecía un retoque vintage como el ejecutado por la interiorista británica Kelly Hoppen, cómplice de la efervescencia boutique que hoy viven los establecimientos turísticos de la capital catalana. Su estilismo llena de femineidad cada rincón del hotel, elegante en los espacios comunes, provocador en las zonas de tránsito, correctamente hogareño en sus dormitorios. Maderas nobles, cojines de raso, cortinones en tonos otoñales...
HOTEL MURMURI
Categoría oficial: 4 estrellas. Rambla de Catalunya, 104. Barcelona. Teléfono: 935 50 06 00. Fax: 935 50 06 01. Internet: www.murmuri.com. Instalaciones: salón de estar, bar, comedor. Habitaciones: 51 dobles y 2 'suites'; todas con calefacción, aire acondicionado, teléfono, televisión vía satélite, DVD, radio, minibar, secador de pelo, albornoz, carta de almohadas, cafetera. Servicios: algunas habitaciones, adaptadas para discapacitados; no admite animales domésticos; transporte al aeropuerto. Precios: desde 189 euros + 7% IVA; desayuno, 15 euros + 7% IVA. Tarjetas de crédito: American Express, Diners Club, Eurocard, MasterCard, Visa, 6000.
Arquitectura ... 7
Decoración ... 8
Estado de conservación ... 9
Confortabilidad habitaciones ... 8
Aseos ... 7
Ambiente ... 9
Desayuno ... 7
Atención ... 9
Tranquilidad ... 7
Instalaciones ... 7
El hotel es poco más que un zaguán-recepción con el hueco del ascensor perceptible al fondo. A un lado aparece el salón-bar, abierto a la calle. Enfrente, un restaurante especializado en cocina asiática bajo la supervisión del tailandés Ian Chalermkittichai. Cada rellano está decorado por un sofá y dos floreros de aires barrocos, menos cáusticos en su concepto que los diseñados por un Philippe Starck y no digamos un Jaime Hayón.
Esta elegancia discreta y comedida se vive igualmente en las habitaciones, algo estrechas para un alojamiento de esta categoría. Cuatro escenas programadas según el sistema Lutron articulan toda la iluminación de la pieza, aunque los halógenos sobre la cama pueden llegar a ser molestos durante la lectura. La moqueta, pese a sus colores sufridos, tiende a ensuciarse más de lo debido. En ellas no falta de nada, incluidos un par de albornoces y unas toallas realmente algodonosas. El cuarto de baño es mínimo, pero la ducha sobrepasa las dimensiones habituales y el agua funciona a plena satisfacción.
Claro que, frente a todas estas sutilezas ornamentales, llama además la atención el nutrido y bien dispuesto elenco de profesionales que conforman la plantilla del hotel. Ni por casualidad se queda una copa por llenar o una llamada por atender en el comedor. ¿No es esto lo que todo huésped espera?

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